Opinión: El aporte de un Carasucia

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En sus tiempos en la Primera División, Orlando Sibaja Valverde era el flaco de hierro que exhalaba vaho en la nuca de los artilleros. Goleadores como Rolando Fonseca, Paulo Wanchope o Froylán Ledezma, se las veían a palitos ante el recio defensa central, cuyas principales virtudes eran elasticidad, buen salto y cabeceo.

Mientras jugaba fútbol, Sibaja llevaba un diario de camerino y aprendía de sus maestros, Orlando de León, Antonio Moyano, Carlos Watson, Henry Duarte, Juan Luis Hernández y Juan José Gámez. Fue Gámez quien lo integró a los carasucias que brillaron en el Mundial Juvenil de Arabia Saudita, en 1989. Además, Sibaja salió campeón nacional con Herediano en 1993.

El mote de carasucias se remonta a la Argentina en 1957, cuando el estratega Guillermo Stábile recurrió a novatos como Oreste Corbatta, Humberto Maschio, Antonio Angelillo y Enrique Sívori, quienes sorprendieron con su magia atrevida y pícara. En 1964, una segunda versión de carasucias emergió del césped del Gasómetro, sede de San Lorenzo de Almagro. Y años después, en 1989, motivado por el buen fútbol de la selección del Pipo Gámez, el periodista Gaetano Pandolfo endosó el alias a nuestros juveniles, José Francisco Porras, Rónald González, Juan Carlos Arguedas, Austin Berry, Óscar Valverde, Orlando Sibaja y el resto.

A sus vivencias entre charlas, chalecos, conos, balones y trazos de pizarrón, Orlando añadió la dimensión de la academia; es decir, docencia, orden, disciplina y método, valores que Sibaja plasma en su libro Fundamentos Básicos del Fútbol (para niños de 4 a 12 años). Una vez que se graduó como profesional en Educación Física, se dedicó a preparar a la niñez en el balompié. Posteriormente, concibió esta publicación de la editorial Alma Máter, sitio donde se puede adquirir, en las cercanías de La Soledad. La obra de Orlando Sibaja es de fácil acceso, estructurada con textos cortos, instrucciones comprensibles, y excelentes fotografías.

Evocación y legado. El viejo Pipo, nuestra inolvidable Hormiguita Manuda, posiblemente sonríe de contento, al observar desde su reducto de eternidad a uno de sus queridos discípulos, transmitiendo a los pequeños la disciplina del fútbol y la filosofía del deporte como un instrumento de convivencia.