Opinión: Copa Oro: esquiva, durísima e incómoda

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

La Selección salió 12 veces de cacería en busca de la Copa Oro, pero regresó con las manos vacías y postergó el viejo anhelo de levantar el único trofeo regional que falta en su vitrina.

Largar el grito de campeón es una asignatura pendiente en un equipo cuya media de rendimiento en el torneo es del 39,5%, como publicó a mitad de semana Puro Deporte .

Con esos números se entiende porqué el pasillo de campeón estuvo reservado para México —7 títulos— y Estados Unidos —5—, pues es imposible salir monarca con semejante palmarés.

Hasta la modesta Canadá se colgó el oro al pecho en la edición del 2000, rompiendo la dictadura de mexicanos y estadounidenses, y demostrando que tampoco es una utopía.

Ausentes en 1996, lo nuestro ha sido una suma de frustraciones recurrentes, pues cuando acudimos con equipos competitivos como en 1991 —veníamos del mágico verano en Italia 90— nos dimos de narices en el suelo.

Otras veces la Copa Oro fue un torpedo que detonó las ilusiones que traíamos en la eliminatoria, como el equipo de Rodrigo Kenton camino a Sudáfrica 2010, que se desinfló en ese torneo en 2009, siguió en picada y nos quedamos sin mundial.

Cuando coincide con la eliminatoria se vuelve algo incómodo y difícil de manejar, pues el país futbolero se debate entre salir con todo por el trofeo esquivo o mantener la forma para asegurarse la presa más valiosa que es el mundial.

Esta nueva participación viene tamizada por varias sensaciones que convendría analizar en frío para no hacernos ilusiones vanas y priorizar lo que realmente nos conviene.

¿A qué me refiero? Pues está claro que con México y Estados Unidos sin sus mejores figuras, esta vez se nos abre un panorama que no tuvimos antes, pero, eso sí, tampoco debería envolvernos el fatalismo si la Copa no se alcanza.

Lo expresé antes: no me gusta el nivel actual de la Sele y, más allá del bajón en la estructura y las individualidades, me inquieta que el cuerpo técnico postergue la autocrítica.

Esta edición del 2017 vamos con el equipo estelar, con la excepción de Keylor —privilegios de ser el arquero del Real Madrid—, Celso Borges y las bajas obligadas de Kendall Waston y Christian Bolaños por lesión.

Sería, entonces, una opción ideal para devolverle al equipo su fortaleza colectiva y, también, una oportunidad dorada para probar figuras en reemplazo de varios inamovibles que no andan bien y que el técnico no se anima a sentar.

Si con esa idea en mente la Sele va quemando etapas en el torneo, se clasifica a la final y la gana, pues bienvenido sea, y si no pues tengamos la madurez y la cabeza fría para tener presente que la prioridad es el Mundial.

Confieso que en otro momento a este equipo se le podían exigir ambas cosas; ahora, ya no.