Opinión: Carta abierta al Puro Ureña

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Me enteré por la prensa que te despidieron de tu cargo de director de liga menor del Deportivo Saprissa, institución que te identifica desde tu tierna infancia. Recuerdo que la primera vez que eso ocurrió fue en marzo de 1986, cuando te dieron la baja como jugador de la Primera División, tras 16 años de entrega absoluta en la cancha.

Te trato de vos porque nos conocemos desde entonces. Y entre ambos surge un sincero abrazo, cada vez que nos encontramos. A raíz de aquel despido, nos citamos un Jueves Santo para realizarte una nota que se publicó en página entera en La Nación del lunes siguiente (31 de marzo). Te invité a mi casa y aceptaste de buen grado. ¡La envidia que causé a mis vecinos cuando me vieron llegar al barrio, casi nada, con Manuel Gerardo Puro Ureña, ídolo indiscutible del fútbol costarricense!

La entrevista se extendió hasta pasado el mediodía. Con nobleza, aceptaste nuestra invitación a almorzar. Marita se inventó un singular platillo con tortillas, carne mechada y queso, una especie de lasaña que te encantó y que aún ahora, si repite la receta, les contamos a nuestros hijos lo bien que la pasamos con vos, y el orgullo que perdura por la inolvidable visita del gran jugador del Saprissa y de la Selección Nacional.

Ignoro las razones de la institución para sacarte del club, salvo la escueta explicación del gerente deportivo de que tu puesto, simplemente, desaparece. ¡Qué fácil se dice! Que prescindan de un auténtico profesional como vos, es algo que no me extraña en esta época del fútbol-márquetin, en la que la descortesía se reitera en entidades como Saprissa y Alajuelense, básicamente. Ahora bien, me cuesta comprender la ligereza con la que una empresa deportiva se deshace de un auténtico forjador de talentos. Porque tus frutos los certifican figuras de primer orden en el balompié profesional.

La entrevista en Semana Santa de 1986 se complementó en tu hogar. La fotógrafa Lucía Cortés hizo dos de las tres gráficas que ilustran la página, junto a tu esposa y tus niños. La tercera es una foto de archivo en la que Ricardo Salazar y Rafael Solano te abrazan tras un golazo tuyo en el clásico, en 1983. Y, bueno, al releer el texto, vieras que me sigue gustando. Sobre todo el título: Servidor de Cristo, guerrero del fútbol. Acertado, ¿verdad?