Opinión: Carlos Alberto y el General Electric de la abuela

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El Mundial de México 70’ no entraba en mis planes. Iba a cumplir 8 años, vivíamos con lo justo en casa de la abuela María y era utópico pensar en adquirir un televisor para verlo.

Me había resignado a perdérmelo, pese a que sería el primero que la televisión trasmitiría en directo y para atraer audiencia lo promocionaban con samba, carnaval y goles de Brasil.

La suerte cambió una tarde plomiza de mayo cuando el tío Felo irrumpió con sus 1,85 metros por la puerta empujando una carretilla de ruedas de goma, cargada con una caja de madera.

Recuerdo que se armó con una ganzúa para abrirla y de su interior emergió envuelto en paja un imponente General Electric blanco y negro, con mueble de madera y tubo de pantalla de 35’.

“Es para mamá, pero pueden usarlo”, dijo con su voz estentórea este hombre generoso, tío y padrino, amigo incondicional, benefactor y protector de aquella camada de ocho sobrinos.

Aquel aparato de bulbos, que debían calentarse varios minutos antes de encender la imagen, se convirtió en el puente natural que me comunicaría con los grandes cracks, desde Pelé y compañía en México 70’, la Naranja mecánica de Cruyff en el 74’ hasta Mario Kempes, en Argentina 78’.

La cadencia de aquel Brasil espectacular se grabó en mi memoria en blanco y negro, y aun hoy recuerdo la formación y los rostros de Félix; Carlos Alberto, Brito, Piazza y Everaldo; Clodoaldo y los cinco fantásticos: Jairzinho, Gerson, Rivelino, Pelé y Tostao.

Esos cracks me pertenecen, me acompañarán hasta el último día, me servirán de cómplices para viajar en el tiempo y reencontrarme con el recuerdo dulce de la niñez y ese mundial inolvidable.

Esta semana que conocí la muerte de Carlos Alberto recordé su gol a Albertossi, en la final del 70’, cuando Pelé se la dio de derecha y él sacó aquel derechazo pegado al zacate que infló la red. Fue el 4 a 1 ante Italia, el título y la inmortalidad.

El viejo General Electric siguió con nosotros hasta el Mundial del 78’, cuando se fue a negro en pleno juego inaugural entre Polonia y Alemania, y de nada valieron los golpes sobre el mueble para que reaccionara.

Una línea del ecuador blanca y póstuma atravesó su tubo de pantalla de izquierda a derecha, y después estampó un punto blanco en el corazón de la imagen.

Había muerto. Su lugar lo tomó un Hitachi de cuatro patas, en blanco y negro también, desde el cual seguí el peregrinaje argentino hasta su consagración ante Holanda, 3-1.

Benditos recuerdos, bendita infancia, bendito tío Felo, bendito fútbol. Descansa en paz, Carlos Alberto.