Opinión: Al que escupe deberían sacarlo del fútbol

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Fue Erick Marín, pudo ser cualquiera. No hay que darle vueltas: el futbolista que escupe a un colega denigra a la profesión, a la gente, y hay que sacarlo de circulación, jubilarlo.

Un escupitajo es la afrenta más grave para quien la recibe y una muestra de bajeza total del gestor, dos polos opuestos de una realidad que regresa el fútbol a la era de las cavernas.

El zurdo barbudo de Pérez ya tiene expediente salivoso: en el 2010 descargó sus fluidos contra Cristopher Meneses y Juan Gabriel Guzmán, y purgó únicamente tres partidos. Ahora podrían castigarlo con ocho juegos, pero se quedarían cortos. La pena debería ser aleccionadora y ejemplarizante, sobre todo en su caso por ser reincidente.

Marín ha hecho todo mal. Primero, en caliente, al término del juego, lo negó; después, cuando la televisión lo dejó en evidencia, se justificó con el pueril argumento de la provocación. Y luego dio una entrevista en vivo al mismo canal que transmitió el partido, con una disculpa mal argumentada que sonó a capitulación.

Es una pena que un futbolista acostumbrado a hacer cosas diferentes con la pelota, como esos zurdazos con destino de red en los tiros libres, se deje llevar por su lado oscuro. Pero en la jungla de los atentados contra los valores del juego Marín no está solo. Irónicamente, una de sus víctimas en el pasado, Meneses, le rompió un pómulo a Rándall Azofeifa.

Lo irónico es que a pesar de que la televisión es contundente, en el país de la “investigacionitis crónica”, habrá que estudiar y deliberar, ver pros y contras, antes de sancionar. Qué viva la impunidad, qué carajo, después de todo Erick y Cristopher no están solos pues también se investiga, por ejemplo, por qué chocaron dos trenes, y mediarán días, informes y reuniones antes de que haya respuesta.

En el fútbol, en particular, y en el país, en general, hemos adoptado la peligrosa costumbre de postergar la toma de decisiones y, por ello, cuando un tema se resuelve el hecho que lo desencadenó desapareció del imaginario colectivo.

Esa amnesia social va adormeciendo la conciencia y se corre el riesgo de que a falta de correctivos, veamos como normal que los escupitajos se estampen en los rostros de los futbolistas y que el tren sea noticia a diario, sin que nada pase.