Lo que el “modelo pulpería” jamás podrá dar

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Levantar una lista de títulos no disipa en lo absoluto la indignidad e inconveniencia del equipo-pulpería.

Un equipo que gana muchos títulos es una buena pulpería, pero pulpería al fin.

De hecho, hoy pocos son los equipos que no operan como pulperías. Algunos venden para comprar (los menesterosos), otros compran para vender (los usureros).

Mi punto es: no hay excelencia sin estabilidad.

La columna vertebral de un equipo necesita solidez. Esa solidez la da el tiempo, y este no se compra ni se vende.

El Ajax fue campeón de Europa en 1971, 1972, 1973 porque mantuvo su estructura básica intacta. Tan pronto vendió a Cruyff al Barcelona, se desplomó. Su sucesor hegemónico fue el Bayern, que ganó en 1974, 1975 y 1976. Vendieron a Beckenbauer al Cosmos, y el equipo se desmoronó. Pasaron añales antes de que ambos cuadros volvieran a alzar la Copa de Campeones.

La inestabilidad del modelo bursátil —valores que suben o bajan, jugadores descepados, trasplantados, privados de filiación grupal— no produce grandes cuadros, a lo sumo un campeonato por aquí, otro por allá, todo ello carente de continuidad.

El hexacampeonato del Deportivo Saprissa sería inconcebible hoy en día: nadie gana seis títulos consecutivos inmolando en una venta de cachivaches a sus jugadores señeros.

El inexplicable, paranormal nivel de comunicación psíquica entre hombres que han jugado juntos mucho tiempo es invaluable: un milagro, una de las cosas más bellas del fútbol.

El “modelo pulpería” conspira contra la química, contra el automatismo de esos jugadores que se leen la mente, y operan como las orquestas que han tocado juntas mucho tiempo.

La comunicación entre hombres que han militado en el mismo cuadro durante años alcanza, por poco, lo parapsicológico.

En el cuarto gol de Brasil contra Italia (Mundial 1970), Pelé le sirve la bola a Carlos Alberto —quien viene embalado a sus espaldas— sin volverlo a ver ni hacerle seña alguna: ¿tendría ojos en la nuca?

Es un modelo excelso de simbiosis futbolística.

Los equipos sufren con las constantes mutaciones a las que el modelo pulpero —o bursátil— los somete.

Cada hombre debe generar una relación de simbiosis con sus compañeros que solo el tiempo es capaz de esculpir. Ese proceso no se compra, ni se puede apurar.