La historia de un saludo en media calle

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

“Mijo, ¿usted de dónde es?” El saludo, rubricado con una amplia sonrisa, salió apoyado con un fuerte y sostenido apretón de manos.

Me agarró fuera de base, confieso, porque la cortesía y la espontaneidad son cosas tan pasadas de moda como un bombín.

“Soy de Costa Rica”, respondí. “De Costa Rica, ¡qué bueno! Disfrute la ciudad, estamos para servirle”, contestó.

Así, sin más, un desconocido me saludó, se puso a las órdenes y siguió su camino, dejando tras de sí a un tico, josefino de cepa, extrañado ante la amabilidad y cortesía de alguien a quien nunca había visto en mi vida y, probablemente, jamás veré de nuevo.

Del susto de que un extraño lo salude sin más, a la sorpresa de que alguien sea amable solo porque sí, a la nostalgia de recordar cuando uno en San José podía dar la hora sin el temor de que le arrebataran el reloj: ese fue el mix de emociones por el saludo de un extraño a un forastero.

Todos los costarricenses que andamos por acá podemos contar historias similares de gentileza local y extrañeza tica.

Gentileza. El calor humano de los habitantes de Manizales es la segunda grata sorpresa de estos pocos días que uno lleva por estos rumbos (la primera, el paisaje).

Ayuda la acreditación de la FIFA, pero tengo la enorme sospecha de que eso solo facilita que se rompa el hielo.

Se entra rapidito en confianza; por eso, un señor me dio su tarjeta de presentación en el caso de que se me ofreciera algún trabajo en construcción.

Ahí ando la tarjeta, porque uno nunca sabe...