La feminización como mecanismo derogatorio

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Perversa, abyecta práctica. Expone lo peor de nuestro machismo, insidiosa patología colectiva. Pueden aprobarse todas las leyes que ustedes quieran a fin de proscribirlo: el éxito será apenas parcial. El machismo no “vive” en las leyes. Se ha enquistado en el subconsciente colectivo, en el habla popular, en el pre-juicio (lo que precede al juicio), en esa forma literaria anónima que es el chiste, en la sub-cultura del pachuco, por principio, machista, racista, xenófoba y homofóbica.

Cuando queremos descalificar a un futbolista, acudimos automáticamente a términos femeninos. El mal jugador es “una perra”, “un chapa” (palabra que alude al sexo de la mujer, en varios países latinoamericanos), “una mona”, “una tuerca”, y sobre todo, “un teta”: un dardo envenenado contra la anatomía de la mujer. Nunca decimos: “¡saquen a ese pene!”, o “¡qué mae más testículo!” No, eso jamás lo escucharemos. En cambio, homologar la ineptitud de un jugador a un seno es una expresión antonomástica de nuestro catálogo de vituperios futbolísticos.

De esto se desprende una conclusión perturbadora: para los hombres, la mujer es sinónimo de inoperancia, de incompetencia. A fin de declarar que un futbolista es mediocre debemos, en primer lugar, feminizarlo, transformarlo en mujer. La ecuación es muy simple: mujer = incompetencia. El peor agravio para un futbolista es ser equiparado a una mujer, mediante la alusión a una de las partes de la anatomía femenina: “ese mae es un teta”: la metonimia, designar la parte por el todo, ¡y además, una parte gloriosa del ser femenino! Pienso en Santa Águeda, la mártir de los senos mutilados, y me quedo mustio y silencioso.

Misma aberración con el cuento de “los princesos”. “Príncipes” no hubiera constituido problema. Al decir “princesos” feminizamos al jugador. De nuevo: la premisa subyacente a todos estos vejámenes es: la mujer es inherentemente incompetente, sinónimo de ineptitud. Un tema que merece el estudio exhaustivo de la sociolingüística.

La agresión contra el futbolista es formulada en términos que implican también una agresión indirecta contra la mujer. La palabra es el último reducto del machismo: mientras no lo expulsemos de ella, la cultura de la igualdad de géneros no pasará de ser una quimera.