¡Gozo, alas y vida!

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Los hay para quienes el deporte no es competencia, ni farándula, ni dinero, ni trofeos, ni figuración mediática, ni medio de dominación o catapulta hacia el poder. Es un himno a la vida, y un conjuro contra la muerte. Un canto jubiloso, una celebración del cuerpo, el espíritu humano, y de esa fuerza que los anima: la volición.

Ya de Robert Marchand hablamos hace un par de años. Pero es que este jovencito de 104 años de edad sigue generando razones para el estupor y la más honda admiración. Marchand nació en 1911. Tiene recuerdos de la gran conflagración mundial de 1914. No es un hombre: es un siglo, un museo de la gloria y el horror, un pedazo de historia palpitante, sangrante, y también gozosa.

Indiscernible ya de su amada bicicleta, tal el pianista de su instrumento –suerte de híbridas criaturas–, celebró sus 102 primaveras recorriendo 27 km. en una hora. Luego festejó sus 103 años con 100 kilómetros en 4:17 horas. Más tarde subió una empinada pendiente de 10 km. en 56 minutos. ¡Y confiesa, modestamente, que para esta última prueba llegó en baja forma! Para sus 105 años nos promete una proeza aún no especificada.

Por él fue creada una categoría de másters centenarios en el ciclismo mundial: por supuesto, es dueño de todos los récords. Risueño, lleno de convicción, este hombre, goloso de vida, glotón del tiempo en flor, nos asegura que para su festejo 105 superará todas sus marcas.

Frágil en apariencia, ensilla su Pegaso con ayuda de dos asistentes. Luego comienza su pedaleo regular, isométrico, perfectamente uniforme: como diría Goethe, “sin prisa pero sin pausa, tal los astros del firmamento”. No es ya un hombre, sino una fuerza de la naturaleza, un ser poseído por un monstruoso apetito de vida: se tragaría al mundo si pudiese. Es el mero gozo de sentir la vida irrigar su cuerpo centenario: no le interesan los 33 millones de euros de Messi.

¿Logrará cumplir su promesa para su cumpleaños 105? Yo apuesto a que sí. Y si no lo lograse, no importa. Pedaleará, raudo, la mirada fija en las estrellas, alzará vuelo y se irá, a lomos de su amada bicicleta, hasta esa dimensión en que los ángeles lo recibirán entre vítores. Y el buen Dios tendrá que crear un velódromo en el cielo, especialmente para él.