Es un tema de educación, no de seguridad

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El 25 de diciembre de 1950, en el Estadio Nacional, Liga Deportiva Alajuelense empató 1 a 1 con el Boca Juniors de Argentina.

En esa oportunidad, emocionado por la gran actuación del guardameta Carlos Alvarado, el entonces Presidente de la República, Otilio Ulate Blanco, se desprendió de su reloj de pulsera y se lo obsequió al Aguilucho.

Sesenta y dos años después, el domingo 12 de febrero de 2012, al final de otro partido de futbol, esta vez en el estadio Alejandro Morera Soto, un “aficionado”, enojado por la derrota de Alajuelense ante Saprissa, lanzó su reloj que impactó en la garganta de Douglas Sequeira, jugador morado.

Al contrario del noble gesto de don Otilio, aquello no fue una señal de admiración de un aficionado hacia un deportista, sino un “relojicidio”, como diría el señor juez de la Tremenda Corte.

Como se sabe, gracias a que el futbolista Sequeira aceptó las disculpas del individuo y, por ende, la conciliación, el fanático se salvó de pasar unos días tras las rejas.

Superadas las consecuencias del suceso, en lo que se refiere al estado de salud del futbolista y a la salvada que se dio el infractor, el comentado incidente da para sacar de nuevo a colación el tema de las medidas de seguridad en los escenarios deportivos.

¿Qué será, que tendrá que entrar la gente desnuda a los estadios, para garantizar que nadie va a lanzar algo a la cancha?

Educación. Más que un asunto de seguridad –que lo es, por supuesto–, el tema es también de educación, pues no hay modo de impedir abusos ni desafueros, si la gente no se sabe comportar.

En el estadio Morera Soto y en otros escenarios deportivos se procede a la requisa de monedas y de cualquier objeto posible de transformar en proyectil.

De esa labor preventiva hemos sido testigos en muchas ocasiones. No obstante, ocurren los imprevistos, sencillamente porque resulta imposible desterrar las malas formas y la vulgaridad.

En la exposición fotográfica de don Francisco Coto, que se exhibe en el Museo Nacional, en una de las fotografías se aprecia a una multitud en la gradería de sombra del Estadio Nacional.

En esa gráfica de los años 70, se observa a los aficionados con sus grandes radios de transistores, siguiendo las incidencias del juego, en simultánea con la narración radiofónica.

Aunque no lo recuerdo, posiblemente más de una vez algún energúmeno lanzó las pilas del radio –o el radio mismo– al árbitro o a los rivales, porque exaltados y pachucos hemos tenido siempre.

Sin embargo, ahora el problema es más serio y hasta insólito, pues con todo y lo devaluado que está el colón, un monedazo de 100 mata a cualquiera.