En un lugar de Marruecos

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Después de dejar el desierto, los nómadas y los camellos del Sahara, viajamos todo el día rumbo a Fez, ciudad mítica de un Marruecos lleno de contrastes. Allí nos tocó a un grupo de ticos presenciar el encuentro de Navas con la gloria.

Mientras la guía nos anunciaba que al llegar daríamos un paseo panorámico por la ciudad imperial amurallada, en la cabeza de casi todos palpitaba la preocupación de si podríamos regresar a tiempo para ver el juego.

Algunos desistieron y quienes fuimos pactamos con el chofer que estaríamos frente al televisor a la hora justa. ¿Cómo perderse al primer tico que disputaba la final de una Champions?

La gran sorpresa estaba por venir. En las calles de una ciudad musulmana donde el alcohol es restringido, los restaurantes y cafeterías estaban repletos. Según el guía local, pasa cada vez que juega el Real o el Barcelona, pues los marroquíes viven más esos dichos juegos que los de su torneo.

Las mujeres pululaban por las calles, vestidas con sus chilabas (túnica holgada con capucha) pero rodeadas de niños, realizando compras para el Ramadán próximo a iniciar, o de paseo, apartadas de los hombres y del futbol.

En ese rincón musulmán el juego de la pelota no es visto como mal de Occidente. No. Es una pasión. Y Navas y su Madrid eran una cita obligada en el país donde el destino nos puso esa noche, rodeados de un grupo de marroquíes que en su mayoría apoyaba al equipo blanco.

“Judas. Mañana se van en otro bus”, dijo alguien a los tres del grupo que apoyaban al Atlético. Apareció la bandera tricolor y el grito de “Ticos Ticos”, hasta convertirse en un himno cuando el árbitro mandó a los penales. Habíamos estado con una rara sensación, esperando que Navas dejara su puerta invicta, pero al mismo tiempo que hubiese rayería y que parara todo.

Nos sudaron las manos cada vez que las suyas buscaron la pelota. Pero una celebración resonó en el desierto cuando el penal de Juan Fran pegó en el poste. Ronaldo sentenció y un marroquí se envolvió en la bandera tica y empezó a correr, bendiciendo a Costa Rica, agradeciendo a Navas, entonando el “Pura Vida”. Y el mundo árabe, el chino, el hindú, Oriente, Occidente, el planeta entero, se unió aquella noche al festejo de Keylor y al nuestro.