El hambre de gloria

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Es el motor por excelencia de los deportistas. Pero entendida no solo como ausencia de riqueza material, sino como la búsqueda de la excelencia constante.

El hambre ha sido compañera de infancia de muchas estrellas. La marginalidad, la carencia de medios para estudiar, los ha empujado hacia esa puerta bendita por la que se puede escapar de la más abandonada favela.

Pero una vez que se salen de la pobreza, hay que cultivar la ambición por la excelencia, por la victoria como obsesión. Es el hambre del espíritu, del corazón que no deja de latir por un nuevo triunfo. Si no existe esa autoexigencia, el fuego interno del atleta puede durar poco. O no trasciende acorde a sus condiciones.

En muchas ocasiones, termina sus días tan miserables como al inicio. Ejemplos sobran. Adriano, el Emperador brasileño: la exestrella del Inter y de la selección auriverde, vive hoy en una favela, consumiendo sus pocos ahorros y pagando protección a un comando. Su afición por la vida nocturna, los excesos, las mujeres, la comida y hasta las drogas hizo que las luces del temible delantero se apagaran pronto.

Brasil es un productor de esos especímenes. Ronaldinho Gaucho, otro ejemplo. Tenía todo para disputar el título de rey a Pelé, Maradona y Messi. Posiblemente los habría barrido a todos con esa cadencia en el regate, la facilidad para improvisar, la precisión en los tiros libres, la alegría para jugar. Pero la indisciplina hizo que su paso por el Barcelona no se extendiera lo esperado.

Tampoco pudo reeditar sus mejores días en el Milan, atrapado por la noche y la fiesta europea.

La otra cara la acabamos de ver en Río. La de Djokovic, el serbio que reina en el tenis, que ha ganado 12 títulos de Grand Slam y todo el dinero que un deportista pueda soñar. Pero salió llorando tras perder con Juan Martín del Potro. Quería un campeonato que no sumaba ningún dólar a su billetera, solo una medalla con sabor a gloria.

Su derrota más dolorosa, pese a que tuvo muchos tropiezos en los torneos millonarios. Perdió la batalla por el honor, la más importante de su vida, tras dos Juegos Olímpicos en blanco.

Es el mismo fuego interno que mueve a Federer, a Buffon, a Phelps, a Bolt, a tantos íconos veteranos que podrían estar contando dinero en casa, pero prefieren alargar ese romance con la vida gracias a la más poderosa de sus armas: el hambre de gloria.