Cuando el deporte es poesía

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Alí perdió tres combates en buena lid: contra Frazier, Norton y Spinks. Por lo que a mí atañe, esos fueron sus tres Waterloos boxísticos. Los reveses contra Holmes (1980) y Berbick (1981) no cuentan. Son colisiones que jamás debieron ser. Ya en 1980 Alí evidenciaba signos de la enfermedad de Parkinson que lo confinaría al mutismo y le infligiría la última de sus derrotas, el viernes pasado.

La pelea contra Holmes fue dolorosa para todos los que amábamos su boxeo-coreografía y habíamos seguido su fulgurante carrera, hecha de victorias inconcebibles y una que otra épica caída.

Ya en al segundo asalto, el legendario comentarista Howard Cosell, adalid confeso de The Greatest , advirtió, con voz cavernosa: “Algo anda mal, muy mal con Alí”. En efecto, el titán padecía de hipotiroidismo y el incipiente Parkinson. Pocos días antes de la pelea, era ya incapaz de tocarse la nariz con el dedo índice, no lograba trotar un kilómetro sin extenuarse y los médicos le desaconsejaban vehementemente que siguiera boxeando.

Pero sucedió algo muy bello. Algo que se cuenta entre los más hermosos gestos humanos de que guardo memoria. Holmes, quien había sido sparring , discípulo y amigo de Alí, se negó a humillarlo infligiéndole una paliza indigna de él, o bien demoliéndolo sobre la lona. Se limitó a mantenerlo a distancia, sin castigarlo desmedidamente, respetando su integridad psíquica y física, administrando el combate, cuidando su triunfo pero, sobre todo, cuidando a su rival. Al final de cada asalto, corría al rincón de Alí para inquirir sobre su estado físico. Por fin, después del décimo round, Angelo Dundee, apoderado de Alí, decidió suspender el cotejo.

Holmes a duras penas celebró su victoria. Se acercó al que fuera su maestro, llorando, y le dijo: “Eres el más grande boxeador de todos los tiempos. Yo soy campeón mundial gracias a tí. Te admiro y te quiero profundamente”. Noble proceder. Un gesto que lo dignifica y engrandece. “¿Por qué no lo noqueaste” –le preguntaban, atónitos, sus hinchas–. “Hubiera sido la más odiosa y amarga de las victorias” –respondió Holmes–.

Cuando el deporte se trasciende a sí mismo, cuando es más que pura sed de dominación, puede dar lugar a los más nobles gestos de que la criatura humana es capaz.