Campeonato prostituido

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Un campeonato es satisfactorio cuando su formato sirve el principio de justicia. ¿Qué es el principio de justicia, en deporte? El íntimo, hondo e insobornable sentir de que, más allá de nuestras dilecciones, ganó el mejor.

No me gusta la actual estructura. Una fase clasificatoria desmesuradamente larga y un apéndice de seis partidos finales, desvinculados del resto de la justa: una criatura contrahecha, microcéfala: cuerpo descomunal, cabeza diminuta. Un formato eliminatorio es correcto cuando minimiza el accidente (lo aleatorio y adventicio), y maximiza la lógica del juego. El último torneo fue una absoluta aberración deportiva.

La Liga, con inmaculado récord de 53 puntos, termina por perder contra un cuadro vencido siete veces y un rendimiento tan irregular que, al ser graficado, parecía el frenético trazado de un sismógrafo. La Liga echó por la borda su épica gesta en la Cueva , en un infame partido: Ramírez, ante un portero en crisis que dejaba escapar bolas, confites y burbujitas de jabón, no instruyó a sus jugadores a hacerle un solo tiro a marco… hasta que les cayó, con peso de lápida, el gol de Mora.

En honor a la verdad, el mejor equipo del campeonato fue la Liga: lo aceptaría aún el más visceral saprissista. El cuadro hegemónico del certamen cayó en una mala noche. Un tropiezo anuló retrospectivamente y redujo a la irrisión su egregia campaña.

Ahora, simétrica situación. Saprissa allá arriba, en la sublime soledad de las cimas nevadas: el equipo alfa. Nuestra básica, raigal –por poco diría instintiva noción de justicia– se sentirá violada si no se alza con el cetro. Pero bien podría suceder. Un nuevo gazapo, un traspié… y de nada habrá valido la desmesurada travesía de la eliminatoria. Herediano (antes equipo, ahora coleccionista de goleadas) o la Liga (que clama justicia a los dioses del fútbol) pueden tumbar al Monstruo acaso con un gol de carambola, una insólita chiripa.

Saprissa no merecía ganar el anterior torneo. Ahora deberá aceptar que, mereciendo ganar, podría perderlo. Los gnomos no son siempre nuestros aliados. Pero lo esencial es que el actual sistema no honra, no propicia la noción de justicia. Es un astuto dispositivo diseñado para extorsionar nuestro dinero. Eso basta para tornarlo odioso.