Cabalga otra vez, el Quijote de la soledad

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Un día, ante el cuerpo ulcerado y doliente de Carlos Cañón González, Orlando de León Catalurda aceptó un desafío que convirtió en promesa.

Ahí le dejo a Carmelita, para que ascienda al equipo a la Primera División” , le había ordenado el legendario dirigente, antes de darse vuelta en su lecho de enfermo, para no hablar nunca más.

Tres días después, el 27 de junio de 2011, don Carlos, el alma de Carmelita, falleció luego de soportar los embates de una larga y dolorosa enfermedad.

Desde entonces, don Orlando reinició un extenuante trayecto con más de 50 partidos en la Segunda División y un angustiante compás de espera, hasta el todo o nada del repechaje que, finalmente, marcó el retorno de Carmelita a la Primera División y, por ende, el cumplimiento de la promesa.

En un país como el nuestro, la experiencia no es un caudal al que se le otorgue valor, como sí se da en otras culturas o en ambientes futbolísticos del primer mundo, como España o Inglaterra.

Basta mencionar los nombres de Vicente del Bosque en España, o de Sir Alex Ferguson en Inglaterra, para evidenciar esta verdad.

En cambio aquí, como comentó don Orlando en un chat en La Nación , el lunes 25 de junio: “La fama es un soplo y los directores técnicos andamos de la mano con la valija y la soledad”.

¡Va de nuevo! Lo cierto es que a dos semanas de la fecha inaugural de la temporada de Invierno de la Primera División, una vez más, Orlando de León se apresta a trabajar con lo poco que tiene.

Se dispone a urdir milagros que solo a un santo de carne y hueso como él se le pueden pedir, aliado del riesgo y de la temeridad.

Si, por lo menos, a los partidos de Carmelita asistieran unas mil personas de las que se acercaron al cierre del repechaje, otro gallo cantaría y el equipo verdolaga podría vislumbrar una mejor suerte en esta nueva aventura.

Sin embargo, posiblemente al equipo de la barriada eriza le tocará enfrentar el campeonato sin recibir ese aliento de multitud que emana desde las tribunas.

Es más, no sería extraño que la inconstancia de los dirigentes de su propio club derive en el filo de la guillotina para De León, si las victorias no se producen en los primeros encuentros.

A don Orlando esto lo tiene sin cuidado. De sangre charrúa, es uno de esos personajes que suelen poner el pecho a las balas con la osadía, la valentía y la estirpe de los inclaudicables.

Además, su vida es el banquillo. En muchas ocasiones lo he oído decir que si no dirige, simplemente, le pierde el gusto a todo.

Por eso, dueño de un respetable currículo, con la marca de cinco ascensos a la Primera División, el Quijote de la valija y la soledad se apresta a cabalgar otra vez.