Opinión: Cuando el fútbol es magia, danza y poesía

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Me siento privilegiado, inmensamente afortunado de haberlos visto jugar. No solo los cinco juegos que nos regalaron en el Mundial España 1982, sino sus previas giras europeas y los abundantes amistosos que escenificaron en el Maracaná. Me siento orgulloso de haberlos visto jugar, sí, como me siento orgulloso de haber oído e interactuado con Pavarotti, de haber visitado el Gran Cañón del Colorado o de haberme prosternado en la Catedral de Notre Dame. Ese es el nivel de adoración que siento por ellos.

El equipo que más bello, creativo, inolvidable fútbol le ha dado al mundo. El Brasil de 1982. En el mediocampo, Zico, Sócrates, Falcao y Cerezo. Por la punta izquierda Eder. No jugaban con puntero derecho, pero el carrilero Leandro, o bien Falcao o Sócrates subían para cumplir con esa función. En la defensa, Junior por la izquierda de sumaba al ataque y a la construcción de juego como el mejor mediocampista que sea dable imaginar. Eran jugadores con personalidades muy definidas, gestos inconfundibles, estilos personalísimos. De cualquiera de los mencionados podía esperarse un coup de génie en el momento menos pensado.

No era un equipo perfecto: tampoco el Gran Cañón es geométricamente perfecto. El arquero, Waldir Peres, de magnífica actuación en el campeonato local y capaz de pararle dos penales al alemán Paul Breitner en partido jugado en Stuttgart en mayo de 1981, nunca logró asentarse psíquicamente en el cuadro. Pudieron haber alineado a Leao, que era suplente y estaba aun funcional. Pero Telé Santana prefirió renovar sus votos de fe en Waldir… y pagó su precio por ello. Serginho, el número nueve, era también una pieza cuestionable: en aquel ballet, en aquel “Cirque du soleil” (Antonio Alfaro) su estilo tosco, pesado, inhábil, disonaba con la tonalidad general del equipo. Era como ver a Martín Kadaragián en una exquisita coreografía con Nureyev y Margot Fonteyn: ¡imagínense ustedes lo grotesco de tal imagen! Pero en la historia del fútbol jamás ha habido equipo perfecto. El Brasil tricampeón en 1970 -votado el mejor cuadro de todos los tiempos- también tenía sus lunares.

Me siento bendecido por haber podido gozar del Brasil de 1982. No espero ver fútbol más bello en lo que me resta de vida.