Almas liliputienses, fútbol sin clase

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Saprissa no jugó un buen torneo. Fue irregular, se empantanó en una marisma de 7 partidos sin victoria, digiriendo derrotas aparatosas. No merecía ser campeón. Y lo dice un saprissista visceral. Paté nunca encontró la combinación para abrir la caja fuerte defensiva que le armó San Carlos. Careció de ideas, recursos y armas para ello. San Carlos ganó justamente como se ganan las finales: con el corazón, la sangre, los huesos, el sudor, más que la táctica o la estrategia. Un gran campeón. Triunfó inapelablemente en la fase clasificatoria, y en los partidos finales le dio al Team una cátedra de vals, cumbia, merengue, tango, samba y ballet clásico, y luego procedió a desnudar la inoperancia de Saprissa en el ataque, su esmirriado músculo ofensivo.

En el crispante, políticamente cargado match Spassky - Fischer, jugado en 1972, en el ápex de la Guerra Fría, el estadounidense rompió 35 años de absoluta hegemonía soviética sobre el ajedrez. Pero el ruso Spassky, además de ser un gran campeón era un caballero, un príncipe, un hombre exquisito, coleccionista de arte, en suma, un aristócrata del espíritu. Cuando Fischer le ganó fulgurantemente la sexta partida con piezas negras, Spassky volcó su rey, le extendió la mano, se puso de pie, comenzó a aplaudir a su rival, e instó vehementemente al público a que se sumara a la ovación. Eso es hidalguía. Clase. Elegancia. Mundo. Categoría. Nobleza. Espíritu deportivo. Generosidad y grandeza de alma. Y eso sucedió en el dramático contexto de una justa en la que se jugaba el honor y la supremacía mundial de las dos superpotencias del momento, no de una desteñida liguilla futbolera del tercer mundo.

Lejos de un gesto análogo —pero, ¿cómo le vamos a pedir ambrosía a una chayotera?— Paté se limitó a farfullar: “Hacía mucho tiempo que no veía a un perdedor jugar mejor que el ganador”. ¡Cielo santo: qué impresionante pronunciamiento, qué frase para la historia, qué magnánima, galante reacción! Moriré sin tener el placer de ver jamás a Paté, Medford, Jafet y Jeaustin reaccionar como Spassky después de una derrota. No tienen en sus organismos una molécula de caballerosidad. Son pateadores de bola. ¡Qué falta de dignidad!