Viejas rencillas de la Iglesia católica afloran en Costa Rica

Es sorprendente que en una sociedad secularizada, un grupo pretenda imponer ritos medievales y misóginos

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La suspensión de un sacerdote por desobediencia, por oficiar las misas utilizando el rito distinto al recomendado en el Concilio Vaticano II, se produce, como dice Jesús Rodríguez, periodista de «El País» de España, porque la Iglesia es como un portaviones y no le es fácil cambiar su rumbo.

La componen cientos de millones de fieles, 400.000 sacerdotes, 5.000 obispos y 200 cardenales de los cinco continentes. Dar un giro no es como maniobrar con una piragua. Tiene una inercia increíble.

Hacen falta tiempo, tesón y paciencia, y alguien que maneje con firmeza el timón. Desde marzo del 2013, el piloto es Francisco. Es un campo de batalla. «La política, tal como la conocemos, es un juego de niños comparado con las maniobras y equilibrios de poder en el Vaticano», declaró un diplomático a Rodríguez.

Conozco el rito, dado que fue con el que realicé mi primera comunión y al que asistí hasta la preadolescencia. Aventuras de ser viejo. Sectores católicos se oponen insistentemente a las reformas, en especial la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, congregación internacional de sacerdotes tradicionalistas y otros miembros seglares con la que la Iglesia mantiene una relación compleja.

La fraternidad lleva el nombre del papa Pío X (1903-1914), reconocido por su postura antimodernista. A pesar de reconocer, supuestamente, la autoridad del papa, sus miembros son renuentes a aceptar la doctrina del Concilio Vaticano II.

Uno de los símbolos tomados como bandera por la fraternidad es la defensa de la misa tridentina (en latín y con el sacerdote dando la espalda a los fieles) y de los libros litúrgicos en latín anteriores a dicho concilio. Además, aboga por el uso del velo por las mujeres y reniega de toda forma de ecumenismo, entre otros ritos.

El mayor problema no es hablar en latín, sino su deseo de descartar los idiomas de cada país en la misa. Pero esto nada más es lo ritual y simbólico, su posición es profundamente misógina y homófoba y coquetean con cardenales rebeldes contra el papa actual, tal es el caso del cardenal alemán Gerhard Müller (hijo predilecto de Ratzinger), el guineano Robert Sarah (muy apreciado por el Opus Dei, iglesia de los ricos y poderosos) y el estadounidense Raymond Burke (el más combativo).

Algunos de sus seguidores en Colombia y California, a través de sus redes sociales, vociferan en estos días contra la Conferencia Episcopal de Costa Rica por la suspensión del sacerdote, y uno de ellos, el «predicador católico» Rafael Díaz, tildó, en un video reciente, al obispo de Alajuela de «hijo de Satanás».

Con la intención de profundizar en las reformas propuestas en los documentos del Concilio, el papa Francisco convocó un sínodo en el 2014, lo que se ha dado en llamar las cuatro grandes «cuestiones» que dividen a la Iglesia: los gais, el celibato, la ordenación de las mujeres y la comunión a los divorciados vueltos a casar.

Si bien los temas se discutieron, no se alcanzó la mayoría calificada —por una pequeña diferencia de votos— para acometer un verdadero cambio; sin embargo, posteriormente, el papa emitió la exhortación apostólica postsinodal «Amoris laetitia» (Alegría del amor), reflexión sobre el amor en la familia, verdadera bestia negra de los cardenales disidentes, en la que vuelve a abrir la puerta al debate sobre dar la comunión a los divorciados y, en alguna medida, las otras tres «cuestiones».

Los ataques han sido inmisericordes, al punto que Francisco ha debido responderles, a través de su periodista, con estas palabras: «Ciertos rigorismos nacen de querer ocultar dentro de una armadura la propia y triste insatisfacción».

Luego de tener en su membrecía a por lo menos el 90 % de los costarricenses hacia la mitad del siglo XX, una encuesta reciente del CIEP-UCR reveló que solo un 47 % admiten ser católicos. Ahora bien, los verdaderos practicantes, considerando incluso el aforo de sus templos, no llegan al 20 %.

Parece sorprendente que ante una sociedad secularizada y, en especial, una juventud bombardeada por las redes sociales y muchos otros mecanismos de entretenimiento, un grupo pretenda imponer ritos medievales y misóginos, y prohibir otras manifestaciones culturales vernáculas, como los coros participativos y misas adaptadas para niños.

Ciertamente, como explica Yuval Noah Harari, «un ritual es un acto mágico que hace que lo abstracto sea concreto y lo ficticio real»; sin embargo, los tradicionalistas deberían preocuparse también por manifestaciones como la expuesta recientemente en un medio nacional por el psicólogo y escritor colombiano Rubén Ardila, quien al preguntársele por la frase «salir del clóset», referida a los homosexuales, manifestó que, después de 40 años como psicoterapeuta y unos 30.000 pacientes atendidos, el trauma mayor que veía en la sociedad era el de todos aquellos que ya no tenían fe y no se animaban a salir de ese clóset.

Josejoaquinarguedas@gmail.com

El autor es politólogo.