¡Urgente convocatoria!

Estoy listopara tocar donde sea, el día que sea y a la hora que sea

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Este artículo no es una invitación al pensamiento. Es un clamor de batalla. Es una perentoria interpelación. ¿A quiénes? Al Teatro Nacional, al Teatro Melico Salazar, al Auditorio Nacional, al auditorio Eugene O’Neill, a las salas de concierto de todas las universidades del país y, en suma, a cualquier espacio público provisto de un piano, o de la voluntad y la capacidad para alquilar uno, si no lo tuviese.

Ofrezco recitales en beneficio de las víctimas del huracán que acaba de ensañarse contra nuestro país. Todo lo que necesito es un ámbito, un instrumento, la logística que tendrá que ser movilizada con extrema presteza… y, por supuesto, una audiencia.

El dinero irá íntegro a las personas que más desesperadamente necesitan ayuda. Si con esta iniciativa pudiese aliviar la mortal congoja de un solo ser humano, mi propuesta habría valido la pena.

Pero yo no puedo actuar solo. Necesito el respaldo de las instituciones que he convocado. Necesito que por lo menos una de ellas responda a mi llamado. Yo pongo todo lo que puedan valer mis manos, mi arte, mi instrumento. Ustedes pondrán lo demás.

Tenemos que proceder con celeridad, eficiencia y determinación. Como músico y escritor, no veo de qué otra manera podría yo contribuir a atenuar el dolor de quienes perdieron sus techos, sus bienes materiales y sus seres queridos.

Repito: estoy listo para tocar donde sea, el día que sea y a la hora que sea, y hacerlo tantas veces como sea necesario. Les dejo el balón en su terreno. A ustedes corresponde ahora devolvérmelo: quizás logremos juntos enhebrar una bella jugada “de pared”.

Mi gesto no es el producto de un profundo sentido de la solidaridad: ¡Ojalá tal fuese el caso! Es, simplemente, la única línea de conducta decente en el momento apremiante que vive nuestro país.

Si el recital no tiene lugar, no será por mí, sino por la falta de respuesta por parte de las instituciones que he mencionado. Sé que al escribir esto las comprometo, y esta no es una manera elegante de proceder.

Sí, claro que mi gesto es inelegante, pero es que la elegancia es un lujo, y uno solo puede permitírsela cuando tiene siquiera un techo que lo cobije.

Hay momentos en la vida para ser supremamente elegantes… y hay otros en los que lo único procedente es la reacción inmediata, proactiva, militante. Este es uno de esos casos.

Ahí les dejo esta idea que es mucho más que una idea: es una provocación, un desafío y un llamado a las armas. Quedo a la espera de sus respuestas: ustedes saben dónde encontrarme. El país lo agradecerá.

Mis manos, mi piano, mi música rugen más fuerte que cualquier huracán, y el corazón de la inmensa Costa Rica sobrepuja con mucho su ciega, vertiginosa furia destructiva. Quedo a los pies de mi país.

El autor es pianista y escritor.