Rodrigo Zeledón Araya y su ideal científico

El Dr. Zeledón dedicó a su vida a que los costarricenses asimilaran los cambios del mundo como partícipes del avance

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“La memoria es flaca y la gratitud no existe”, escribe Diego Carcedo, articulista del Diario La Verdad de Murcia. La frase es aplicable en muchos aspectos de Costa Rica, razón por la cual estimo necesario recordar las aportaciones del Dr. Rodrigo Zeledón Araya, científico, comunicador y gestor de política científica, fallecido el 11 de setiembre.

La inexistencia de laboratorios de múltiples recursos tecnológicos y de comunicación digital en su primera época de investigador no fue óbice para crear una profusa literatura científica, constituida por cientos de artículos en revistas especializadas, monografías, libros y capítulos de textos técnicos.

Asimismo, participó en el comité editorial de numerosas y prestigiosas revistas científicas nacionales e internacionales. Alcanzó un reconocimiento mundial en parasitología y entomología médica. Trabajó en diversos campos, pero se centró en algunas patologías que afectan a los sectores más abatidos en los trópicos americanos, por ejemplo, la enfermedad de Chagas, causa de insuficiencia cardíaca, cuyo agente transmisor es un chinche bebesangre, o la leishmaniasis, conocida como papalomoyo, contagiada mediante un mosquito causante de graves lesiones cutáneas y malformaciones en la nariz y garganta.

El Dr. Zeledón no se limitó a ser un brillante especialista en su campo, sino también a promocionar la ciencia y la tecnología, debido a su efecto en el progreso nacional y regional y, particularmente, a preparar cada vez mejor a los costarricenses para que pudieran asimilar los cambios del mundo moderno, no como simples espectadores pasivos y atónitos, sino como partícipes de ese avance.

En 1972 se convirtió en fundador y presidente del Consejo Nacional para Investigaciones Científicas de Costa Rica (Conicit) y participó en decenas de actividades alrededor del mundo, designadas contemporáneamente diplomacia científica.

Decía con insistencia que “los países ricos lo son porque investigan, y no al contrario”. De este modo, enarbolaba un modelo de desarrollo científico y tecnológico propio, a fin de separarnos del subdesarrollo.

Siempre tuvo muy clara la necesidad de una política estatal capaz de promover y articular la ciencia y tecnología en todos sus sectores, de ahí el encargo de crear el Ministerio de Ciencia y Tecnología y fungir como el primer ministro de esa cartera. En la actualidad, el propósito inicial de este ente rector parece haberse circunscrito a las tecnologías de la información y comunicación.

Como comunicador científico, procuró un acercamiento de nuestra sociedad a la ciencia y que esta se comprendiera cercana y fuente de soluciones a complejos problemas políticos y sociales. Al respecto, escribió decenas de artículos publicados en La Nación, compilados en el libro Ensayos e ideas científicas.

En la primera edición de esa obra, lamentó que el país no le diera a la ciencia y la investigación el lugar que merecen y pensaba que era necesario formar una mayor conciencia entre los hacedores de políticas y los ciudadanos en general, para que apreciaran los beneficios que la ciencia y sus aplicaciones brindan al bienestar de las mayorías. Estas palabras, escritas casi medio siglo atrás, siguen vigentes, desafortunadamente.

El premio Joaquín García Monge se le concedió por su encomiable labor en la comunicación científica, desarrollada gracias a un proverbial dominio del español, descrito por Isaac Felipe Azofeifa como el don de la expresión, la claridad y la amenidad, acompañado de un profundo conocimiento científico, social y cultural, cualidades escasas en las presentes circunstancias, especialmente en las comunicaciones presidenciales.

mirojas@itcr.ac.cr

El autor es docente en el Instituto Tecnológico de Costa Rica (Tec).