Pobreza literaria y artística

Nos es más fácil encender el televisor, el celular o la tableta y abrir Netflix, o cualquier otra plataforma por ‘streaming’, que leer un libro.

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El 21 de julio del 2007 el mundo contuvo la respiración. Las librerías se iluminaron. La música, con tonos mágicos, comenzó. El reloj marcaba la medianoche y la avalancha de personas de todas las edades se empujaban unas a otras para no quedar fuera del acontecimiento.

Ese día se estrenó el tan esperado desenlace de la saga mágica de Harry Potter. Su autora dio la bienvenida en la madrugada, en una actividad precedida de un mercadeo nunca visto: lectura del primer capítulo a 1.700 niños escogidos en una rifa electrónica alrededor del mundo. Fueron siete meses de constante bombardeo donde el número siete desempeñó un papel fundamental en el desarrollo de la estrategia, que, a decir verdad, era innecesaria.

La expectación había crecido en los últimos 10 años y aun si el libro no hubiese recibido mercadeo alguno, se habría vendido como pan caliente.

¿Podemos recordar la última vez que un libro nos atrajo tanto como para llevarnos a una librería en horas de la madrugada porque no podíamos esperar más? ¿Ha habido más libros que nos conmuevan tanto como el mundo mágico creado por Rowling? La respuesta es un tajante no. Hace mucho tiempo el mundo no recibe noticias de una obra literaria que haga crecer las arcas de un autor y nuestra inspiración.

¿Qué sucede? De forma lamentable, hemos de admitir que vivimos en un período en el cual ya no importa leer. Ya no importa aprender. Ya no importa informarse. Nos conformamos con observar las adaptaciones televisadas o cinematográficas de obras escritas previamente con una prosa rica. Nos es más fácil encender el televisor, el celular o la tableta y abrir Netflix, o cualquier otra plataforma por streaming. Es más fácil matar el tiempo así.

No hay que salir de estas tierras costarricenses para darnos cuenta de que vivimos un faltante de lectores, por no decir escritores. El apoyo al arte en Costa Rica es casi nulo, de no ser por festivales internacionales anuales que nos hacen pensar lo contrario. No formamos personas que quieran dedicarse a escribir, y obligamos a los estudiantes a leer. Olvidamos el significado de la palabra fomentar.

Conversando alguna vez con el famoso lutier costarricense Juan Carlos Soto sobre lo que realmente se admira en una persona, llegó a la conclusión (excelente, por cierto) de que admirar una persona por su dinero no tiene sentido. Sentido tiene admirar una persona ya sea por su bondad o por sus habilidades artísticas o técnicas. Me encantó esto último punto.

Arte olvidado. Estamos sumidos en una sociedad donde se nos enseña a producir para una empresa y a producir dinero. Nada más. Olvidamos formar personas con habilidades artísticas y técnicas. Preferimos desarrollar personas que produzcan, mas no personas que piensen. Personas que trabajen de 7 de la mañana a 4 de la tarde produciendo al máximo en ese lapso, pero no personas con habilidades para pintar, escribir, cantar, tocar un instrumento, por mencionar solo algunas. La respuesta del gobierno: reducir el tiempo en materias como Música en los centros educativos porque no son relevantes.

Lástima. Esta palabra reduce y simplifica todo este discurso: lástima. Lástima que obliguemos a los estudiantes a leer ricas obras costarricenses e internacionales en lugar de fomentar clubes de aprendizaje o lectura de esos libros.

Lástima que el arte no sea importante en este país y unos pocos luchen año tras año por traer presentaciones de calidad, en vez de buscar localmente porque, para nadie es un secreto, no tenemos suficientes.

Hemos de admitir que el fomentar queda en casa, en los padres de familia y en cada uno de nosotros para con las futuras generaciones. Se lo debemos.

El autor es mercadólogo.