Lo que perdieron mis hijos y me arrebataron a mí

Están en su último año de colegio y no sé cómo decirles que ya no tenemos su fondo de estudios universitarios

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Éramos una pareja feliz, pero sin hijos. Nos casamos muy jóvenes y al fin, en el 2004, mi esposa dio a luz gemelos. Qué hermoso sentimiento se experimenta cuando se logra lo añorado. Los hijos dan sentido a la vida. Pero sobreviene una gran responsabilidad.

Pensé que la mejor forma de asegurarles el futuro era mediante un fondo universitario, por dos razones fundamentales: primero, porque son dos, lo que representaba para nosotros un costo económico elevado, y, segundo, para que tuvieran la oportunidad de educarse en el extranjero, como su tatarabuelo Carlos María Jiménez Ortiz, quien estudió Derecho en Francia y fue pilar en la redacción de los estatutos de lo que es hoy la Caja Costarricense de Seguro Social, en la administración de Ricardo Jiménez Oreamuno.

Aunque las universidades de nuestro país son muy buenas, yo soñaba con centros de educación superior en Europa, con ayudarles a compenetrarse con diferentes culturas y fueran ciudadanos del mundo, un estado posible, en mi opinión, cuando se departe con otras gentes, se aprenden otros idiomas y se conoce la belleza artística de otros lares.

Desde niños les hablé de mi deseo de que corrieran por el mundo, y yo me aseguraría de que fuera posible a través de un fondo de estudios que le pedí crear a la empresa Aldesa.

Con ese fin, busqué la opción más segura; aunque pude haber invertido en acciones de Apple, que para esa época subían gracias al iPhone, pero me decidí por el fondo de inversión inmobiliario Monte del Barco.

Mi sueño y el de mi esposa despegó, pues ya no tendríamos que preocuparnos por la colegiatura internacional, cuyo monto no baja de los $30.000 por cada uno de los muchachos durante cuatro años, para un astronómico total de $240.000. Definitivamente, la decisión de ahorro era la necesaria: privarse de lujos temporales y mundanos de casa para invertir en el futuro de los hijos.

Pero todo eso se vino abajo junto con Aldesa. Ellos están en su último año de colegio, cumplen 18 en el 2022. Deberíamos estar preparándonos para ir a despedirlos al aeropuerto o, cuando menos, para celebrar la segunda etapa de un proyecto que nació con ellos y para ellos.

¿Qué hago cuando me dicen «pa, nos gustan España, Alemania e Inglaterra. Estados Unidos no, porque allá la colegiatura es más cara, y nosotros somos dos»?

Si supieran que su fondo no existe… Mis lágrimas me delatan, no hay dinero en el fondo. Sus sueños y los míos nos abandonan. Es un luto, una pérdida. Se nos escapó de las manos un futuro soñado. ¿Por qué la vida es así? ¿Será pecado soñar? Parece que sí, al menos en mi caso.

bonillagurdian@icloud.com

El autor es empresario.