La poesía, la madre

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La poesía, antípoda de la ciencia, restituye al mundo su unidad. La ciencia lo desmembró y atomizó. En virtud del pensamiento analógico, la metáfora y la sinestesia, la poesía lo reconstruye como misteriosa urdimbre de relaciones y correspondencias sensoriales, como totalidad, como organismo. La poesía es, siempre, nostalgia de unidad primordial, reminiscencia dolorosa de lo indiviso.

La ciencia cataloga la realidad. Luego llega la poesía, restituye el caos original y propone del mundo un nuevo principio estructural. No es la negación del orden: es la maravillosa plenitud de un orden, que, desde nuestra miope perspectiva, nos hace el efecto de un pandemónium inextricable.

“La poesía mira por sobre los hombros de la ciencia”, decía Machado. Esta desintegra, aquella reintegra. La vocación integradora, analógica de la poesía (ver monstruos ahí donde hay molinos de viento) es percibida como alucinación, insania, cuando es, en realidad, la forma suprema de la lucidez. Como capacidad para reconocer relaciones, la poesía representa la más pura expresión de la inteligencia.

Su principio operativo es la identidad. Asimila realidades heteróclitas, en apariencia irreductibles e inconmensurables. Detecta su vínculo profundo y esencial, y lo celebra. La metáfora restituye el hijo a la madre.

Más allá de su definición retórica, lingüística o literaria, su existencia responde al anhelo de reintegración. La metáfora, alma de la poesía… es volver a casa.

Jacques Sagot es pianista y escritor.