La iberíada

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Poco nos extrañó, perdida entre las noticias extranjeras de esta semana, la información de que entre las medidas de austeridad adoptadas por el gobierno español figura la de “obligar a los soldados del Ejército de Tierra a pagar la mitad del rancho”. Menos sorprendente nos parecería que un día de estos se anunciara que a los militares hispanos desplegados en Afganistán se les descontará de la soldada el costo de las balas que consuman defendiéndose de los ataques talibanes, pues según recordamos de nuestras lecturas de historia antigua los integrantes de ciertos órdenes menores del ejército romano estaban obligados a dotarse por su propia cuenta de sus armas de combate. De igual manera, nos parecería perfectamente lógico que ahora, al iniciarse el anunciado retiro de las tropas españolas de la tierra de la amapola, cada soldado peninsular deba endeudarse para pagar la mitad del precio de su vuelo Kabul-Madrid (con posible escala en algún aeropuerto ruso según el acuerdo al que habrían llegado por debajo de la mesa Medvédev y Rodríguez Zapatero en marzo de 2009).

Eso sí, la decisión de ahorrar en el alpiste del rancho comienza a resultar alucinante una vez visto cierto documental oficial sobre la moderna -y evidentemente costosa- parafernalia de que disponen las fuerzas armadas españolas, que incluye, además de dos portaaviones -el Rey Juan Carlos y el Príncipe de Asturias, ¡no faltaba más!-, números no revelados de las siguientes preciosidades: tanques Leopard, “el mejor tanque del mundo”, submarinos S-80, “el mejor submarino del mundo”, fragatas F-100, “la mejor fragata del mundo” y Eurofighters Typhoon, “el segundo (vaya, somos modestos) mejor caza del mundo”. Y a todo esto nos satisface pensar que mientras los soldados de tierra se perderán media ración si no pagan por ella, la elite de la fuerza armada ibérica del siglo XXI cuenta -y nada de media ración de combustible- con artefactos apropiados para lucirse en mares y tierras del mundo como uno de los falderillos militares de la potencia que en el siglo XIX humilló al Imperio Español despojándolo de sus últimas posesiones en el Pacífico y el Caribe.

Pero así discurre la historia. Se tiene por probable que la conquista romana de las islas británicas dependiera críticamente de la soldadesca oriental reclutada por la fuerza entre los pueblos ribereños del Mar Negro, hasta el punto de que en la raíz de la leyenda del Rey Arturo estaría un capitán oriundo de Dacia o de Sarmacia. Así, podemos esperar que en el futuro un poeta a medio rancho escriba en graves versos la gran iberíada de las montañas afganas.