Jacques Sagot: ¿Qué hacer con mi amigo?

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¡Ah, mi pobre amigo! En los linderos de su casa se instaló un galerón con veleidades de templo luterano. De un tiempo acá, su esposa se ha convertido en una virtuosa de la pandereta. El equivalente de Lang Lang o Yo-Yo Ma de este instrumento.

Lo toca con mística exaltación el día entero y durante raptos de arrobamiento, en mitad de la noche. Los vecinos vagan sonambúlicos y ojerosos. Mi amigo toma Stilnox, Valium y Rivotril para conciliar el sueño, pero los fármacos nada pueden contra el furoris mysticum de su esposa.

Los perros ladran. Ya uno de ellos está perdiendo el oído. Los gatos, de conformidad con su escurridiza naturaleza, huyeron a otro vecindario. Las carpas amanecen muertas, flotando panza arriba, en el acuario doméstico. Las plantas se mallan y las flores se esconden dentro de sus corolas a fin de evitar el permanente soliloquio del pandero. Bacterias, bacilos, microbios, toda forma de vida conocida desde el período carbonífero está abandonando la casa.

El día menos pensado algún fanático delirante pegará en las puertas de la Catedral Metropolitana las 95 tesis de Lutero. Creo en el Estado laico e igualmente me hubiera ofendido ver metido en el gabinete a un cura católico, un chamán olmeca o un preste de la Iglesia maradoniana.

Pero el martirio de mi amigo no termina ahí. La esposa es convocada una noche sí y otra también a enjundiosas sesiones de exégesis bíblica. Su marido está constantemente solo. No le permiten ver televisión, a menos de que se trate de esos teleevangelistas que ejecutan su prestidigitación mediática y nos administran a Dios intravenosamente. Si el pobre quiere ver Los Simpsons , lo primero que le recuerdan es que debería seguir el ejemplo de Ned Flanders .

Por lo demás, el fútbol, las series policiales, el canal de las artes, todo le está prohibido.

Privaciones. De un tiempo acá, su esposa usa una línea de fustanes y de ropa íntima que hubiera sido considerada farragosa y desestimulante en tiempos de don Cleto González Víquez. Fin de la lencería bordada, los ligueros y las tangas. Ahora son calzones que inducirían disfunción eréctil irreversible en cualquier hombre, reducirían la Viagra a la obsolescencia y esterilizarían toda investigación farmacológica en torno a la libido y la secreción de oxitocina.

Cuando quiere oír jazz o una sinfonía de Beethoven, le dan el perillazo: ¡Solo puede escuchar música cristiana! Si su esposa fuese un poquito más culta, sabría que prácticamente toda la música de Bach es de inspiración luterana, pero tal no es el caso, y el cantor de Leipzig ha sido también satanizado y puesto en el índex de los autores proscritos.

Sus hijos adolescentes han sido víctimas de idéntico adoctrinamiento. A uno de ellos le han dicho que será el nuevo Pedro, al otro el nuevo Santiago y a la joven la decretaron una Ruth del trópico húmedo. ¡Pobrecita! ¿La estarán condicionando con ello a concebir con un Booz local, algún vejete centenario?

Pero el horror no termina ahí. Mi amigo debe ir al médico clandestinamente. Visitar a un galeno desnudaría una fe endeble, carente de músculo espiritual.

Así pues, el pastor decidió que “el futuro Pedro” tendría “don de sanación”, y para aliviar el lumbago de su padre, bastará con que pose su mano sobre su espalda. Mi amigo, por su parte, vendería el alma a Lucifer por una Lisalgil o una Ixprim. Por lo que al “futuro Santiago” atañe, ese fue decretado detentor del don de profecía, y “la futura Ruth”, pues ella, que a sus 16 años probablemente sueña con Leonardo di Caprio, ya ha sido programada para ir a Moab y esperar al matusalénico amante con que yacerá durante alguna noche de epifanía.

Colonización. Los muchachos están ya tan colonizados espiritualmente como la madre, y mi amigo está solo, solo, solo como hombre jamás lo estuvo. Solo contra toda su familia y contra una buena parte de la comunidad. Por poco, “El enemigo del pueblo”, de Ibsen.

La esposa le manda cada minuto la foto de una nebulosa recientemente descubierta que sugiere, por su forma, el índice de Dios, o la imagen de una botella de coca-cola que lleva por nombre “Jesús” o “Emanuel”.

La imagen del Real Madrid que hacía las veces de su cobertor de pantalla fue sustituida por un paisaje con arcoíris, cascaditas y versículos bíblicos. ¿Por qué? Porque la que fuera novia de Cristiano Ronaldo posa en prendas brevísimas, y eso basta para demonizar a todo el equipo. Si la pobre Irina vistiera como una recoleta institutriz victoriana o como Mary Poppins , seguramente no habría generado problema.

Mi amigo no puede chistar: vive bajo una teocracia doméstica de facto . Será reprendido “en el nombre del Señor” por la menor diferencia. Es un poseso y un apóstata en su propia casa. Poco falta para que lo confinen a un cuarto gélido, lo aten a la cama y cobren para que la gente vea cómo le gira la cabeza o brotan los espumarajos verdes de su boca crispada. Su situación es asfixiante, y ya está considerando el divorcio.

Es así como una institución que, en principio, vela por la unidad familiar, está desintegrando insidiosamente la que, por demás, fue una bella familia. Paradójicamente, el cuerpo místico de Cristo, la novia del Redentor, la Iglesia que hace de la preservación del núcleo familiar uno de sus grandes objetivos pastorales está reduciendo a añicos, sin el menor reparo y al amparo de una arrogancia mesiánica verdaderamente teomaníaca, el vínculo padre-madre-hijos que hacía dos años era funcional. Muy grave.

Algo más: sé que esto mismo está sucediendo en diversas comunidades y merced al nefasto intervencionismo de varias religiones. Mi amigo conoce varias personas que se debaten en su misma situación. Por lo que a su esposa atañe, el pobre sospecha ya que el pastor no solo ha asumido la iniciación de su mujer en los venerables arcanos bíblicos.

El infeliz se palpa la frente y comienza a sentir ya la lenta eclosión de las dos óseas excrecencias que pronto lo habrán convertido en un magnífico ejemplar de antílope, con sus dos cuernos sinuosos, mayestáticos, góticos como letras capitulares. Le pregunté si quería que abordara su predicamento en un artículo y me dijo, los ojos cuajados de lágrimas: “¡Sí, sí, hacelo, dale viaje, contá todo lo que te he dicho!”. ¡Ah, vida esta! ¡Y eso es una Iglesia! Menor daño generaría un burdel o la más abyecta cantina.

*Jacques Sagot es pianista y escritor.