Imágenes que valen más que mil palabras

Hago eco de las palabras visionarias que tuvo Carl Sagan en los años setenta: ‘Sea cual fuere el camino que sigamos, nuestro destino está ligado indisolublemente a la ciencia’

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Las imágenes del telescopio espacial James Webb, recientemente publicadas por la NASA, nos han permitido ver un universo colorido y en alta resolución como nunca. Admiramos un paisaje brillante de acantilados naranjas donde nacen estrellas y un quinteto de galaxias que parece bailar un ballet. Es la nebulosa de Carina y el Quinteto de Stephan. Si bien estos objetos cósmicos fueron descubiertos mucho antes, Webb muestra detalles inéditos. Permitirá extender la frontera del conocimiento sobre aspectos cruciales del universo y nuestro lugar en él.

Aparte de la belleza estética, estas imágenes retan nuestra comprensión del tiempo y el espacio al captar la luz de galaxias que han tardado miles de millones de años en llegar hasta los ojos del telescopio Webb, al que llaman «el amanecer de una nueva era en la astronomía». Pero, ¿qué hay detrás de este programa espacial? Al menos tres grandes mensajes se desprenden de esta proeza científica.

Primero, este programa espacial representa una prolífica colaboración científica internacional en la que participan la NASA, la Agencia Espacial Europea (ESA) y la Agencia Espacial Canadiense (CSA). Este proceso involucró a catorce países y a más de 300 organizaciones de la academia y la industria que destinaron tiempo y recursos al diseño, construcción y operación del telescopio.

Webb es entonces, un claro esfuerzo de diplomacia científica, al implicar el apoyo financiero y la voluntad política de distintos gobiernos y organizaciones multilaterales que, con el objetivo de conocer más sobre el cosmos en beneficio de la humanidad, han fortalecido las relaciones bilaterales entre países a través de la ciencia.

El segundo mensaje es que esta misión es el resultado de décadas de innovación y avance científico en el sector aeroespacial. Pero, a la vez, ha sido un gran motor para lograr progresos en otras ramas vitales para la vida en la tierra. Por ejemplo, en medicina, hoy los oftalmólogos cuentan con nuevos dispositivos que realizan mediciones más precisas del ojo humano y diagnósticos de enfermedades oculares, gracias a las innovaciones tecnológicas de Webb. La economista Mariana Mazzucato ha escrito sobre la importancia de este «efecto de arrastre» que generan las misiones espaciales al implicar una planificación de tan largo plazo y que impacta a diversas áreas del conocimiento.

Y tercero, la misión del telescopio Webb es un gran ejemplo de comunicación científica. En minutos, millones de personas han compartido las imágenes en las redes sociales. Otros probablemente las usarán de salvapantallas en sus computadoras y celulares. Sus fotografías serán recordadas por décadas y adornarán las futuras portadas de las más prestigiosas revistas y libros de ciencia.

Lo cierto es que, si bien los programas espaciales han unido a la humanidad entera a lo largo de los siglos XX y XXI, no han estado exentos de cuestionamientos en diferentes momentos y circunstancias. Por ello, estas imágenes valen más que mil palabras, porque han logrado democratizar el imaginario que tenemos del universo, porque refuerzan el legado de científicos como Carl Sagan que, desde las exploraciones iniciales del planeta Marte, vieron en la comunicación científica un elemento crucial para la sostenibilidad de la ciencia espacial.

Estas imágenes del universo nos recuerdan la importancia de que los países invirtamos en ciencia y en fortalecer esos puentes que unen a la academia, la industria y el gobierno. La misión Webb es un gran llamado a la acción y al esfuerzo conjunto de tomadores de decisión en estos tres sectores sin importar el país o la región del mundo. Solo así se lograrán conquistas científicas como las que nos propone el telescopio James Webb. Por ello, finalizo haciendo eco de las palabras visionarias que tuvo Sagan en los años setenta: «Sea cual fuere el camino que sigamos, nuestro destino está ligado indisolublemente a la ciencia».

La autora es especialista en diplomacia científica.

mariaestelijarquin@gmail.com