Empiece el 2023 sin estorbos internos

Despierte cada mañana con una voluntad animosa, los pies más livianos y el alma emancipada de aprensiones

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Florencia Calderón vive en San Rafael de Alajuela y es experta en el arte y oficio de sacar pegas. Su fama multiplica los pacientes que cada día llaman a la puerta de su casa y sus horarios de atención superan los del más diligente trabajador, como explicó en una nota publicada el 22 de agosto del 2022 en el diario La Teja.

Ella soba de lunes a sábado desde las siete de la mañana hasta las ocho de la noche, y nadie puede decir que “en el sétimo día descansó” porque inclusive los domingos desinflama ganglios desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde.

Para que su trabajo sea estimado desde la perspectiva hospitalaria, ofrece también el servicio de emergencia para los empachados que sienten que sus regurgitaciones les vaciarán la vida si doña Florencia no los atiende inmediatamente.

En términos generales, una pega es un empacho provocado por la ingestión excesiva de alimentos, es decir, el resultado de un atracón que produce que la comida se acumule, se pegue y se asiente en las paredes intestinales.

Las pegas suelen hacer su agosto en el mes de diciembre, cuando la voracidad de los costarricenses no conoce freno y engullen sin pudor cuantas harinas, grasas y tamales les ponen a treinta centímetros de la boca.

En enero, la pega se transforma de corporal en económica, y ni el más frenético manoseo de bolsillos y carteras logra sacar algún dinero de sus fondos. Los meses siguientes ven la aparición recurrente de otras pegas que, invisibles a nuestros ojos, causan iguales o peores quebrantos.

Una de ellas es el fastidio que se adhiere fuertemente a las paredes del ánimo. Su síntoma más visible es un disgusto cotidiano ante algunas circunstancias de la vida: algunos sienten el trabajo como un sofocante estrujamiento, la pareja se nos antoja una molestia y los demás son un ingenuo y necio rebaño que ignora “las duras cargas de la vida”.

La persona que padece este tipo de pegas la lleva impresa en la cara adondequiera que vaya, y es especialmente observada en el hogar y por los compañeros de trabajo; su semblante es amargamente serio y la sonrisa es sepultada en los surcos de su rostro.

El agrio empacho del disgusto interior produce, semejante a una ósmosis, la pega de la postración. Se manifiesta como un languidecimiento de las esperanzas y expectativas personales; la existencia se convierte en un corral sin puerta de salida.

Pasado un tiempo, el encierro entorpece los músculos de la voluntad y las piernas se detienen, los días se transforman en un tiempo vacío sin cielo y sin nubes, y el espíritu, sin aliento, se retira a un rincón del redil consumido por la desesperanza. Es la más atroz y destructiva indigestión que pueda padecerse.

Existe otro empacho que, paradójicamente, duele en los otros, y quien lo tiene pareciera gozarlo con gran satisfacción. Es el atracón de la intolerancia y, contrario al tratamiento habitual, cuanto más se soba más se adhiere a las paredes rígidas de la arrogancia.

Consiste en darse grandes comilonas de soberbia condimentada con la intransigencia hacia las ideas y opiniones de los demás, si no se emparejan con las propias. La persona que recibe consejo y guía de quien sabe lo atesorará con gratitud, porque es riqueza y crecimiento para su vida, pero el que sufre las palabras del intolerante se convierte en el receptor de censuras e imposiciones gratuitas e inclementes.

Doña Florencia menciona que hay pegas que se llevan en el cuerpo durante un año o más. Si como señala la ciencia médica estas molestias digestivas son, en muchos casos, producto de malos hábitos de alimentación, podemos concluir, sin gula de parecer dogmáticos, que muchas las hemos desarrollado a lo largo del tiempo y la costumbre, como rancias compañías que de tanto habitar dentro de nosotros ya no las juzgamos como huéspedes indeseables.

Una de ellas es, por ejemplo, la reiterada propensión a recriminarnos con rudeza cuando algo nos sale mal, como si la perfección fuera una pesada piedra que inexcusablemente debemos echarnos a la espalda cada día y no una ascensión hacia una meta donde naturalmente podemos resbalar en el camino.

Uno de los orígenes de la palabra empacho proviene del francés antiguo empecher que se traduce como impedir o estorbar. Con espíritu sencillo y una pequeña ración de atrevimiento, me gustaría proponerles que en este nuevo año examinemos nuestras pegas interiores para que, ya sea sobándolas o sacudiéndolas, nuestras vidas sean liberadas de los estorbos que nos impiden despertar cada mañana con una voluntad animosa, los pies más livianos y el alma emancipada de aprensiones.

alfesolano@gmail.com

El autor es educador pensionado.