Coincido solo en parte con Mia Fink sobre la libertad

La libertad que es producto del vivir como se desea nunca ha sido germen de justicia ni de equidad

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Concuerdo con la activista cívica Mia Fink en que el extremismo y el populismo de derecha manosean el postulado de libertad, en beneficio de la libertad económica, en detrimento de otros valores fundamentales, y propician el despojo y la deshumanización.

Pero contrarrestar el desequilibrio proclamando una libertad que consiste en permitir vivir como se desea, sería el otro extremo, igualmente peligroso. Una libertad en esos términos no es germen de justicia y equidad.

Hasta Sartre dijo que el ser humano se construye a sí mismo en cada uno de sus actos, dentro de un horizonte de ilimitada libertad, pero tiempo después tuvo que suavizar su categórica afirmación en sus ensayos. Si todo el mundo eleva el estandarte de la libertad en esas dimensiones, la convivencia, sencillamente, sería imposible.

Confío en que en un mundo convulso no solo se reafirme la necesidad de libertad e igualdad, sino también la de la fraternidad. Aún más, mi mayor deseo al comenzar este año es que, como dijo Schiller, en la alegría, hermosa chispa de los dioses, los seres humanos nos volvamos hermanos. Solo así, la igualdad no será una moda ni la libertad una irresponsabilidad.

Como herencia de la Aufklärung, los postulados de la Revolución francesa, libertad, igualdad y fraternidad, delinearon la vida democrática. Tales valores dieron lugar a tratados sobre los derechos humanos, como por ejemplo la Declaración Universal, aprobada el 8 de diciembre de 1948.

El homo sapiens sapiens u homo sapiens demens —según el sociólogo Edgar Morin— tardó 300.000 años en captar al menos ligeramente qué valores, como el respeto, la solidaridad, la bonhomía, son nociones fundamentales para que exista un mínimo de armonía elemental. Sin embargo, como contra factum non valet argumentum (contra el hecho, no hay argumento válido), seguimos erosionando lo que nos constituye en criaturas racionales, y cedemos a nuestros instintos atávicos de hegemonismo y supremacismo.

En consecuencia, no solo somos homo sapiens demens, sino también homo sapiens demens stupidus, como algunos escritores recientemente llaman, puesto que tropezamos, demencialmente, en lo que nos mantiene en pie.

Sobre estos postulados se ha reflexionado ampliamente en relación con la libertad y la igualdad, no tanto sobre la fraternidad, con la dificultad de que somos libertades en relación y buscamos la igualdad en la medida en que nos identificamos como otros.

Me refiero a que el geist, es decir, el espíritu que sostiene la triada de los postulados, es precisamente la fraternidad, la consideración de hermandad, de interconexión, de vinculación mutua.

Por lo tanto, si este principio está lesionado, los otros, by default, se lesionan. Intuyo que la desconexión precisamente está en la propensión a los extremos.

La legitimación de la libertad absoluta, tanto como de la igualdad absoluta, anulan la fraternidad. Nos ha costado 2.400 años entender (¡y no lo hemos entendido aún!) que la virtud está en el medio, de acuerdo con Aristóteles.

Creo que lo que mantiene la conciencia equilibrada, la libertad en su justa medida y una sana concepción de igualdad es la fraternidad, una expresión bien lograda y concreta del justo medio expuesto siglos antes por el estagirita.

dariomoyaaraya@hotmail.com

El autor es clérigo y estudiante de Filosofía y Teología.