Árboles de Hiroshima, un símbolo de esperanza

Las semillas se siembran en sitios afectados por desastres naturales, violencia o guerras

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Los bombardeos atómicos en Hiroshima y Nagasaki en 1945 mataron a aproximadamente 250.000 personas, muchas de ellas fallecieron como resultado de los efectos de la radiación.

Desde entonces, la humanidad vive con el temor de la autodestrucción nuclear. Aunque se dan razones para justificar el uso de armas nucleares, la guerra en sí misma es injustificable. No hay un conflicto armado ético ni moral, ni enfocado únicamente en objetivos militares.

La Fundación Legado Verde de Hiroshima (Green Legacy Hiroshima) esparce las semillas de los árboles que sobrevivieron a la bomba atómica, como un símbolo de esperanza para evitar la propagación de armas de destrucción masiva y construir una cultura de paz.

Los árboles se plantan en sitios afectados por desastres naturales, violencia o guerras. Representan la esperanza de un futuro mejor y más equilibrado ecológicamente. Sirven además de inspiración para que el ejemplo de la naturaleza contribuya a que la humanidad se recupere de las secuelas de sus errores.

Las plantas enfatizan la necesidad de una acción lúcida y valiente para enfrentar el cambio climático —otra consecuencia del egoísmo humano— y enseñan a las futuras generaciones que el conocimiento debe usarse para fines pacíficos y en beneficio de las grandes mayorías.

En el 2021, la Universidad de Costa Rica recibió una donación de semillas de la fundación, en especial de la especie Ginkgo biloba, árbol que sobrevivió al bombardeo atómico, a varios eventos del cambio climático y la extinción en el pasado geológico.

La larga tradición humanista de Costa Rica y sus conquistas generacionales de inversión social —que ahora están en peligro— hicieron que nuestro país se convirtiera en el único de Centroamérica en ser parte de la fundación. De Suramérica, lo son Chile y Colombia.

La historia evolutiva del ginkgo se remonta a la época de los dinosaurios, hace 251 millones de años, cuando posiblemente fue esparcido por ellos. Tiene un enorme significado cultural y religioso en Asia, donde es considerado sagrado para el budismo, y puede vivir más de mil años.

Las semillas han germinado exitosamente. Se planea sembrarlas en sitios públicos, bajo la sombrilla de instituciones que se comprometan a cuidarlos a perpetuidad.

Los árboles sobrevivientes a la bomba atómica simbolizan esperanza y paz, y la sorprendente capacidad de la naturaleza para adaptarse, sobrevivir y renovarse continuamente.

Representan un poderoso símbolo de armonía con el ambiente, de regeneración y resiliencia. Son una invitación a crear una sociedad inclusiva y solidaria, de verdadera paz, que inspire a las generaciones más jóvenes a trabajar por el bien común.

Una sociedad de paz va más allá de la simple ausencia de conflictos bélicos o de violencia, pues está íntimamente ligada con el concepto de justicia.

En una sociedad justa, las personas tienen derecho a buscar la felicidad, no solamente a satisfacer las necesidades materiales básicas, sino también las espirituales.

Una sociedad justa proporciona acceso a la salud, un entorno limpio y ecológicamente sano y oportunidades de educación, empleo y desarrollo personal.

Además, es pluralista, igualitaria, solidaria y honesta. La corrupción es una forma de violencia que despoja a los más desvalidos de sus derechos y favorece a los tramposos.

Los discursos polarizantes, si bien pueden ser atractivos al principio, al final dividen a un pueblo entre buenos y malos, simplifican una realidad compleja, no admiten la crítica y conducen a la violencia y al autoritarismo.

Estas consecuencias son evidentes en los conflictos entre Ucrania y Rusia, y entre Israel y Hamás. La política de la venganza, del ojo por ojo y diente por diente, engendra más violencia y no resuelve los conflictos. Deberíamos aprender de los errores y construir una cultura de paz.

faetornis@yahoo.com

El autor es catedrático de la Universidad de Costa Rica.