Alberto Barrantes C.: Costa Rica espera al Godot del cambio

¿Quién traerá mejores empleos, menos inflación, mayor inversión? Quizá Godot.

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Costa Rica espera al Godot del cambio y, mientras aguarda su llegada, unos hablan, algunos piensan y otros berrean. Se quiere que Godot venga a dar un golpe de timón, pero no sabemos quién es él ni la dirección exacta hacia dónde queremos que nos lleve.

Mientras tanto, damos vueltas sobre el mismo punto, una y otra vez, y repetimos berrinches, abrazos y preguntas, sin responder nada y desgastando palabras. ¿Por qué? Porque esperamos a Godot.

Con el tiempo, esa espera enferma y el resfrío nos contagian de apatía, crudeza y falta de asombro por los detalles; nos amarra a un circunloquio absurdo y rutinario, que cuestiona y figura la llegada de algo que no sabemos qué es, mas ansiamos. Anunciar que Godot viene y trae giros positivos para Costa Rica es muy atractivo como eslogan electoral. De hecho ya lo usaron y la campaña funcionó, pero sería iluso creer que en cuatro años el Godot logre cambiar un inmovilismo del que padecen nuestras instituciones.

En Costa Rica, como en la obra Esperando a Godot del dramaturgo irlandés Samuel Beckett, los personajes se interrumpen entre sí, no enhebran frases coherentes, habitan en un absurdo en el que la desesperanza despierta al aburrimiento. ¿Por qué? Porque mejor esperamos a Godot. Es más sencilla la espera que arrollarse las mangas y proponer ideas creativas que nos saquen de la obstinada rutina.

El Godot del cambio –dios del cambio, si se quiere llamar– se convirtió en palabrilla de domingo y moda política, mas la espera solo provoca tedio, inacción y un estancamiento inevitable que lleva aroma a burocracia sistémica e ingobernabilidad, donde es más fácil hacer a un lado la memoria y dejar de obligarse a pensar.

Entonces, ¿quién traerá mejores empleos, bajas en la inflación, mayor inversión extranjera, emprendedurismo y el resto del botín de deseos? No sé, quizás los traerá Godot.

Progreso sin esfuerzo. Costa Rica está atada a una constante repetición hedonista, en donde lo fundamental es resolver las necesidades básicas individuales del día, sin que haya mucha proyección social del mañana. Al que hace y resuelve hay que criticarlo, porque resulta más simple hablar que actuar.

Por nuestros barrios, calles y oficinas circulan muchos personajes símiles al Estragón de Beckett: flojos, olvidadizos, envidiosos, criticones que amenazan con irse, pero su miedo no los deja emprender nuevas rutas. Seres que comparten al lado del otro personaje de Beckett, Vladimir, quien es más sensato, pero está igual de perdido en la espera, confiado en que Godot algún día llegará.

Queremos subirnos en la volanta del Godot del cambio sin hacer nada, queremos que el esfuerzo sea el mínimo y que, ojalá, Godot traiga sirvientes para que construyan una grada con sus manos y nos empujen a la gloria. Queremos cambios mágicos, con solo votos.

Queremos que un giro mejore la economía y el país entero, aun cuando ni siquiera somos capaces de ordenar la propia casa.

Para Beckett no existe pasión más poderosa que la pasión de la pereza, vista como una desgana que nos abraza, que arrebata la intención del hacer y nos impone a nosotros mismos los límites propios de la mediocridad. ¿Hasta cuándo esperaremos a Godot? Godot nunca vendrá.

(*)El autor es periodista de La Nación