Actitud ambivalente

Nos enorgullecemos de nuestra democracia, de la paz y de los niveles de desarrollo humano alcanzados, pero a la vez hacemos eco de las voces negativas que solo saben criticar.

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cuando valoramos el desarrollo y la situación socioeconómica y política del país, la actitud del costarricense es ambivalente e ilógica.

Por un lado, nos enorgullecemos de nuestra democracia, de la paz y de los niveles de desarrollo humano alcanzados, pero a la vez hacemos eco de las voces negativas que solo saben criticar y pregonan, un día sí y otro también, que todo está mal, que el país es un desastre.

Siempre decimos estar “pura vida”, y con frecuencia alardeamos de ser el pueblo más feliz del mundo, pero cuando criticamos a la clase gobernante, a la dirigencia política, entonces afirmamos que el país es una calamidad y asumimos una actitud pesimista y derrotista.

Ese talante contradictorio e incoherente es consecuencia del discurso fatalista de algunos actores políticos que de manera irresponsable, con el propósito de obtener réditos electorales, presentan un panorama desolador del país, así como de la línea informativa de importantes medios de comunicación que llenan los espacios noticiosos de sucesos y de notas amarillistas sobre los temas políticos.

Idea inculcada. Desde hace muchos años, esa forma de proselitismo político y de periodismo negativo le viene inculcando a la ciudadanía la idea de que el país está al borde del abismo y que quienes participan en política, sin excepción alguna, son ineptos y corruptos, aunque se debe reconocer que los actos de algunos políticos inescrupulosos y deshonestos han contribuido a validar tal percepción.

Esa crítica implacable y malintencionada —que según las encuestas ha permeado en el electorado y ha debilitado la confianza en nuestra dirigencia política y en nuestra institucionalidad— ignora y oculta, premeditada e injustamente, que los indicadores socioeconómicos nacionales, cuando se comparan con los de los demás países latinoamericanos, se ubican en los primeros lugares y que esos logros son reconocidos y elogiados por los organismos internacionales.

Quienes a pesar de la evidencia ven solo calamidad, actúan de mala fe. Se resisten obcecadamente a aceptar que la Costa Rica de hoy es muy diferente a la de mediados del siglo XX; que el costarricense que nace hoy tiene una expectativa de vida igual a la de los países del primer mundo, el nivel de pobreza y la tasa de analfabetismo se han reducido sustantivamente desde entonces, la cobertura de la seguridad social hoy prácticamente es total y el gasto social y los recursos destinados a la educación han tenido un importante incremento.

No hay catástrofe. Si bien es probable que la situación podría estar mejor, lo cierto es que está muy lejos de ser lo catastrófica que algunos quieren hacernos creer.

El desarrollo logrado se debe, entre otras cosas, a la consolidación de la seguridad social, a la abolición del ejército, a la estabilidad democrática, a la electrificación del país, al abastecimiento de agua potable en todo el territorio nacional, a la protección de nuestra naturaleza, al estímulo del pequeño y mediano productor, a la inversión en educación y salud, a la gestión de paz en la región, a los programas de vivienda de interés social, a la apertura comercial, a programas para evitar la deserción estudiantil y a los dirigidos al bienestar de nuestra niñez y de nuestros ancianos, decisiones y acciones concebidas y ejecutadas por quienes nos han gobernado desde la fundación de la Segunda República, en 1949.

Esos gobiernos han sido buenos, regulares o malos. Se les puede señalar yerros y omisiones, descuidos y corruptelas, pero también se les debe reconocer importantes resultados y significativos éxitos en su gestión, por lo cual deben ser analizados con objetividad, endosándoles la responsabilidad de sus fracasos, pero reconociéndoles también su contribución al progreso del país.

Y aunque a veces, abrumados por las noticias negativas y los discursos políticos fatalistas, nos invada el pesimismo, debemos ser conscientes de que, a pesar de los problemas que enfrentamos, Costa Rica es una nación de la que debemos sentirnos orgullosos.

El autor es exembajador.