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Nuestra presidenta, Laura Chinchilla, ha recibido en sus cuatro primeros meses de gobierno varios bautizos de fuego: el asalto empinado del narcotráfico y la criminalidad, la rebelión de los fenómenos naturales, el déficit fiscal, la reversión de los muelles de Limón y Moín, ahora en manos de los dirigentes sindicales, y los desafíos acumulados e inevitables: la pobreza, la producción eléctrica, la asfixiante tramitomanía, el transporte público y las fuertes llamadas internacionales de atención sobre el descenso en la lucha por la competitividad. Una realidad retadora y una pesada herencia.

El aldabonazo de ayer, en la columna Enfoque, de Varguitas, al sentarnos a los ticos en el banquillo de los acusados, fue certero y oportuno. Hemos tratado mal a la naturaleza y esta se está vengando. Hemos hecho lo que nos vino en gana con la madre tierra, por décadas, y hemos jugado con el ordenamiento territorial en la prensa y en los discursos políticos. Ahora recogemos la amarga cosecha que podrá producir frutos mucho más amargos en las próximas semanas, a juzgar por los pronósticos de los expertos. Y esto, líbrenos el cielo, si no tiembla.

Sí, somos culpables de muchos desmadres actuales, por indiferencia, abuso, prepotencia y vacilón, pero también lo han sido no pocos Gobiernos pasados. Si repasamos la lista de las desventuras actuales más agudas del país, en el orden físico o social, saltan a la vista dos conclusiones incuestionables: la ausencia de planeamiento y, si lo hubo, la encarnación de su hermana gemela: la falta de ejecución o la ejecución a medias, a raticos y a poquitos. El clásico nadadito de perro. Ningún gran problema nacional, de los que ahora nos quejamos, hemos resuelto satisfactoriamente, o bien, lo hemos encaminado, dentro de un proceso sostenido, hacia una solución razonable. Los devaneos retóricos o ideológicos han ocultado lo real, concreto y cotidiano, y, si el pecado de la falta de planeamiento y ejecutividad recae sobre Gobiernos e instituciones, la cháchara ha sido el distintivo de nuestros parlamentos. No es casualidad ni sanción del destino que las carreras fáciles, en universidades formales y en las de garaje, hayan sido las preferidas de los estudiantes. Nuestro lado flaco no es la inteligencia, sino el carácter.

Que los variados retos de hoy, frente a un futuro sombrío, nos hagan despertar. Los pobres, las víctimas favoritas de las inclemencias del tiempo, y los niños y los adolescentes, la carne fresca de la droga y de la violencia, merecen un cambio radical de actitud con la determinación con que muchos compatriotas, desde sus trincheras de trabajo, les están haciendo frente a las duras pruebas de hoy.