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La edición de hoy de La Nación es suficientemente sombría, por los hechos que relata, para recargarla aún más con un una opinión con parecidos tintes en víspera de la Navidad.

Al parecer, solo nos queda, ante el horizonte turbio que se avizora, sin salidas razonables, que reflexionar y, para los creyentes, orar, a sabiendas de que Tatica Dios respeta como nadie la libertad humana, es consciente de que los responsables de la situación actual somos nosotros y que no está en su estilo hacerles favores a los que se comportaron como cigarras, cante y cante en los veranos, mientras unas pocas hormiguitas trabajaban con empeño y sentido del ahorro para el advenimiento del duro invierno. Ha llegado el invierno, y las mesas servidas solo fueron una ilusión.

Me abstengo, por ello, de tramitar las cartas de los lectores enviadas al Niño Jesús o a Santa para no exponernos, como respuesta, a la siguiente justa reprimenda sintética: “Ticos, sean serios. A Dios rogando y con el mazo dando”.

Y como la Navidad y la cercanía del año nuevo deben ser también hora de reflexión, viene al caso recoger las enseñanzas de uno de los grandes líderes políticos del siglo XX: Václav Havel, expresidente de Checoslovaquia y de la República Checa, abanderado de la Revolución de Terciopelo, en 1989, quien falleció hace tres días, no sin antes sugerir la lectura de su discurso La política y la conciencia, en 1984. Dijo: “Soy partidario de una política apolítica' La política, tal como la entiendo, es una de las maneras de buscar y lograr un sentido en la vida; una de las maneras de proteger y de servir en este sentido. Es la política como moral actuante, como servicio a la verdad, como preocupación por el prójimo, preocupación esencialmente humana, regulada por criterios humanos. Es esa, sin duda alguna, una concepción muy poco práctica en el mundo actual y difícilmente aplicable a la vida cotidiana. No conozco, sin embargo, una solución mejor”.

Jií, asesor político de Václav Havel, escribió en La Nación el miércoles pasado: “Muchos se preguntarán a qué se debió la excepcionalidad de Havel. La respuesta es sencilla: a la decencia. Fue un hombre decente y ejemplar' Su primer compromiso era con la decencia común y el bien común, no con el poder por sí solo. Su legado debe permanecer vivo”. Este es “el poder de los impotentes”, un ensayo suyo “trascendental”.

Decencia, verdad y política con conciencia. ¿Por qué conciencia? Porque, cuando este juez inexorable de la verdad y la decencia se desvía, se derrumba todo. Una luz en esta hora de cinismo político.