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Un grupo de diputados, funcionarios públicos, empresarios, profesionales y representantes de la Contraloría y la Procuraduría se han reunido, ayer y hoy, para revisar la estrategia nacional contra la corrupción, con base en las recomendaciones de la OEA en la materia, derivadas de la Convención Interamericana contra la Corrupción.

Bienvenido sea el esfuerzo, a sabiendas de que la tarea es monumental, sobre todo si esta lucha se extiende a la sociedad civil. Bien están las leyes y el fortalecimiento de la institucionalidad, pero esta es solo una pincelada, si la fuente de donde vienen los políticos y los funcionarios –eso que llamamos pueblo o sociedad– está contaminada. Este no es un juicio de valor subjetivo. Los hechos hablan por sí solos y algo hay que hacer. Conviene refrescar algunos casos.

Los funcionarios corruptos no actúan solos. Proceden en manada, planificando, deliberando y realizando sus planes. Además, siempre encuentran una contraparte fuera del Estado, con frecuencia profesionales y hasta esposas o familiares de los imputados, sin que a nadie se le ocurra reaccionar. El problema no está, pues, solo en la falta de capacitación, sino en algo mucho más profundo. Lo explico así: en una institución, acosada por los hurtos en su interior, se realizó una investigación. Conclusión: los empleados sospechosos no sabían distinguir entre lo bueno y lo malo. Todo les parecía natural. No conocían esta frontera humana esencial. No tenían el mínimo remordimiento de lo hecho. No tenían conciencia de los límites. Como siempre, familia y escuela.

De aquí una pregunta molesta: ¿en qué ambiente se forman los niños y los adolescentes? Esta es la madre de todas las preguntas y la nada de todas las respuestas. ¿Qué les ofrecen los medios de comunicación, las familias, los educadores, los dirigentes políticos, deportivos y religiosos etc. etc.? ¿Cuáles son los conceptos y valores básicos que los nutren y los inducen a actuar? ¿Cuáles son los modelos que les brindamos? ¿Quieren un ejemplo? La denuncia de la revista Proa, de La Nación, del 3 de octubre anterior, intitulado “Alcohol sin medida”, algo más serio que la carretera a Caldera.

¿Qué es? Un gran negocio o barra libre, anunciado en las redes sociales, para adolescentes de 13 a 17 años de colegios privados, en un escenario tumultuoso de corrupción de menores, droga, sexo en vivo, alcohol y vómitos, según vio la periodista, con la indiferencia de las autoridades, el regocijo pecuniario de los organizadores y la venia de los padres de familia, corruptores, por acción o por omisión. En fin, todo vale y, como dijo alguien afamado, “si mi hijo no participa, no es”. Hay que ser, no siendo'