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El águila detuvo su alto vuelo y se abalanzó, el jueves pasado, contra este caracolillo. Sus garras y sus picotazos no lograron, sin embargo, aniquilarlo. Por el contrario, la patria y la política han ganado: el águila ha prometido, como “expresidente y ciudadano libre”, que no se va a callar. “La mesa está servida'”.

No responderé a sus injurias y sus falacias, pues él mismo me absuelve. En una noche fría del 14 de setiembre del 2009, en Cartago, al recibir la Antorcha de la Independencia, exclamó: “Yo nunca les he mentido a los costarricenses. Yo nunca he mentido en mi vida”. Sin duda, la más grande de las mentiras. Buen ejercicio sería releer, como pasatiempo, la Paradoja de Epiménides y las referencias desde Platón a Karl Popper sobre la materia. Este caracolillo, por su parte, está en todo el derecho de concluir que, conforme a lo proclamado en Cartago, sus invectivas contra mí son todas falsas.

El narcisismo es una enfermedad deletérea, cuya principal víctima es quien la padece, pues afecta la razón crítica, lleva a perder el sentido de la realidad, descamina la voluntad, debilita la memoria y despilfarra el tesoro de la amistad. Uno de sus efectos, para decir lo menos, podría ser inaugurar lo inconcluso y hasta lo inexistente, o, como expresé más arriba, proclamarse el paradigma inmaculado de la verdad. El narcisista conspira contra sí mismo, pues, habiéndole prestado servicios inestimables a la patria, al desplazar la historia que los acredita, para colocarse él en el trono y exigir veneración, contamina lo propio e infecta el respeto a la ley y a las personas. Séale permitido este paréntesis reflexivo a un caracolillo pecador e insignificante.

Todo surgió de la pregunta: ¿La OEA o la ONU? Fue un grave error, por lo dicho en el párrafo anterior, declarar, desde el principio: Laura Chinchilla “ha perdido el tiempo gratuitamente recurriendo a la OEA”, como lo fue minimizar, en su andanada, la votación en la OEA, a favor de Costa Rica, tan justa que hasta encendió en ira al propio Daniel Ortega. Los comentarios de reconocidos expertos en la materia y el apoyo político sin fisuras confirman que vamos por el buen camino, aunque arduo y lento.

En su artículo del jueves pasado el expresidentes Arias escribió que yo soy “en la actualidad un importante asesor de doña Laura Chinchilla y de doña Viviana Martín”. Esto es tan falso como decir: “Yo nunca he mentido en la vida”. Me honro, eso sí, de ser su amigo, como lo soy de otras mujeres cuyo mejor patrimonio es la grandeza moral, ese valor ético supremo, tan venido a menos, cuya insuficiencia no se puede suplir jamás con los títulos, los galardones o el dinero'