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Mi mayor homenaje a Jorge Manuel Dengo debería ser callarme, llevado del temor de escribir una letra impropia de su grandeza. Comprenderá él, sin embargo, en su nueva morada, donde todo es luz, y con él los generosos lectores, conocedores de sobra de mi cortedad, que esta aclaración es innecesaria, pero que los tiempos que corren por aquí invitan, sea dicho con el mayor respeto, a no desaprovechar esta oportunidad.

¿Por qué? Porque la recompensa de los grandes hombres y de las grandes mujeres es que, mucho tiempo después de su muerte, según Jules Renard, no se tiene la entera seguridad de que hayan muerto. Esta no puede ser, entonces, una oración fúnebre. Tenemos la entera seguridad de que don Jorge Manuel está vivo y que seguirá vivo no solo como don de la memoria, sino como necesidad vital y palpitante.

Don Teófilo de la Torre, quien sí tiene autoridad para hablar de él, dijo ayer en este periódico: “Difícilmente en la Costa Rica que yo he vivido he encontrado una persona con mayor sabiduría, capacidad, alta calidad humana. Frugal, honrado a carta cabal. Es un ejemplo de cómo se debe servir, en vez de servirse de la función pública. Don Jorge vivió desprendidamente para sus semejantes, tanto en nuestro país como en toda América Latina. Fue un hombre líder en los campos en que se desenvolvió durante su vida terrena. Fue una figura ejemplar de ciudadano, constructor de soluciones”. Ahí está todo.

Por su integridad y absoluta probidad, en la función pública y en su vida privada, don Jorge Manuel no tuvo comparación, pero es el referente y el término de comparación genuino para todos aquellos que, de buena fe y con gallardía moral, aún hoy, conceptúan la política y la función pública como un acto de servicio, así como para todos aquellos que, excitados por los mercaderes del pasado, siguen montando sus tiendas en el atrio y en el interior de los templos de la política. La limpieza de estas madrigueras constituye una de las tareas inaplazables de la actual generación.

Don Jorge Manuel sigue vivo como referente y término de comparación, y como timbre de orgullo nacional. En verdad y, pese a nuestras caídas y desfallecimientos sociales, debe ser grande también un pueblo que produzca estos ejemplares de fecunda y vivificante humanidad. Repitámoslo a pleno pulmón. De aquí la necesidad de que su vida, su pensamiento y sus obras, como las de otros dignos compatriotas, sean del conocimiento de todos los costarricenses. Don Jorge Manuel es benemérito de la patria no porque así lo dictó una ley específica, sino porque pasó por nuestras tierras diciendo con sencillez la verdad y haciendo el bien. Y haciéndolo todo bien.