En Guardia

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

El nuevo programa multimillonario la FED para comprar $600.000 millones en bonos del Tesoro para reactivar la economía americana me dejó muy preocupado. Veo, sin embargo, que los países latinos, incluyendo el nuestro, lo aceptaron mansamente. ¡Qué tirada!

El programa se denomina en inglés Quantitative EasingII. Su traducción aproximada es algo así como relajamiento cuantitativo, pero por sus efectos económicos secundarios yo preferiría llamarlo relajillo monetario II. El I se dio el año pasado en gran escala y ahora estamos pagando sus consecuencias. El relajillo II nos morderá posiblemente el año entrante.

Los objetivos del programa fueron expresados por la Reserva Federal en sus considerandos. El primero es reducir aún más las tasas de interés de largo plazo (las de corto plazo están ya por el suelo y técnicamente no se pueden reducir más) para inducir una reducción generalizada en las tasas bancarias cobradas a las personas y empresas y que ellos se animen a endeudarse para incrementar los gastos de consumo e inversión. Cuando el dinero es barato la gente gasta más. Y, al consumir, se estimula la producción y teóricamente se generan más empleos, que es lo que necesitaba Obama para ganar las elecciones de medio período.

La reacción de Wall Street fue positiva. La semana pasada subieron las bolsas. El Dow Jones llegó a 11.430 puntos, el nivel más alto en muchos meses. Pero no todos los economistas comparten las bondades del relajillo monetario. Algunos piensan que no es necesario inyectar más dinero a la economía mediante la compra de títulos del Tesoro, pues ya la liquidez es muy abundante y el dinero, en sí, no hará que los temerosos consumidores gasten ni las empresas se animen a invertir. Se requiere un cambio en las expectativas y las políticas intervencionistas del Gobierno actual. Los bancos, por ej., nadan en recursos disponibles y no prestan por precaución o porque los demandantes no hacen fila, como antes. ¿Para qué pues más dinero?

Mi temor es que más liquidez en EE. UU. inunde el mundo de papeles y produzca eventualmente más inflación, exportable a nuestros países. Además, una nueva reducción en las tasas de interés, posiblemente seguida por Europa y Japón, desalentaría el ahorro y los inversionistas se lanzarían más ávidamente a los países en desarrollo, donde las oportunidades de inversión física y financiera son mayores y las rentabilidades más altas. Las entradas de capital deprimirían más los tipos de cambio y las quejas de los exportadores se harían más de sentir. Pero ningún gobierno nuestro, repito, ha tenido la valentía de hacérselo saber al presidente Obama. ¡Qué tirada!