En Guardia

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Voy a interceder en la disputa entre nuestra querida presidenta, doña Laura Chinchilla, y su consorte, el primer caballero don José María Rico. Pero de una vez les advierto: nada de acudir privadamente a ninguna instancia judicial o administrativa para dirimir sus conflictos conyugales. Habrán de resolverlos públicamente. Lo clama la ciudadanía.

Para empezar, es público y notorio que ella no es una sumisa ama de casa sino dama de pensamiento y acción. Él es también de pensamiento y fue –consta en autos- un profesional exitoso, como ella. La querella versa sobre divergencias irreconciliables en un tema sobre el que -estoy seguro- cada uno de nosotros tomará, o habrá tomado ya, algún partido. El partido está repartido y el tema no es compartido. Yo me inclino por la tesis de él, a riesgo de ser tildado de machismo. Viéndolo bien, el calificativo le va mejor a ella, por las razones abajo esbozadas.

Laurita es de armas tomar, como don Pepe. Si algo le incomoda, lo dice. Se inclina por mano dura a la hora de conducir (ella maneja). Él, en cambio, es de naturaleza tranquila y afable. Pero también tiene su carácter. Si discrepa, la increpa. Y lanza sus penas al viento (en eso nos parecemos). Su última hombrada salió publicada en La Nación el pasado miércoles, no en Sucesos (chismografía) sino en página 15 (nada menos) y comparte honores con la leída columna En vela. Se intitula: Eficacia del incremento de las penas. ¡Qué pena, Laurita, que su marido le cause penas!

Ella va por endurecer las penas al infractor de tránsito, arrebatar puntos a zarpazos, e impedirle degustar una copita de vino, ni siquiera de consagrar, pues se habrá de consagrar a manejar y nada más, sin consentir ni un mal pensamiento. Que Dios lo libre de caer en la tentación. No debe mirar de reojo los explícitos y desbordantes afiches colgados a la vuelta del Magaly, cuyas voluptuosas modelos de ropa íntima desconcentran al más concentrado. Ha de pasar por ahí vendado y en carreta, como antaño.

Don José María desafía la tesis oficial. Afirma que “antes que reformar las leyes penales para incrementar la severidad de sus sanciones, se podrían utilizar las ya existentes en forma más rigurosa”, y eliminar la corrupción de agentes de tránsito, agrego yo. Me recuerda una querella que tuve con quien defendía la restricción vehicular cuando la Sala IV la anuló. Él escribió: Qué rico el caos vial. Yo respondí: Se abrió para darle rico. Pero la volvieron a imponer. Victoria pírrica. ¿Podrá don José María Rico persuadir a su esposa de toda su argumentación? Sería muy rico.