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Mientras el Gobierno de Nicaragua nos ataca y su gente se ve obligada, con excepciones, a callar y a bajar la cabeza, la unidad del pueblo de Costa Rica es total.

Esta diferencia de comportamiento, a lo largo de la historia, lo dice todo. Sin embargo, en estos tres años y 4 meses de gobierno de la presidenta Chinchilla, si bien las agresiones del régimen de Nicaragua no han caído aún en la tentación de la acción militar formal, con excepción de la invasión de la isla Calero, su tono y su agresividad verbal han sido más constantes. Pareciera esta una fijación o un plan del presidente Ortega y de su “esposa”, quien, como se sabe, ejerce el poder real en Nicaragua, valida de la ignorancia de Daniel, de la pérdida de la libertad de este en aras de sus antecedentes, de su sumisión al chavismo y al régimen de Cuba, así como de su estado mental.

Si se siguen con atención los vericuetos mentales de Ortega, sus declaraciones públicas, sus contradicciones, su incapacidad de reacción y el conocimiento que de él tienen algunos de sus íntimos, sabedores a fondo de sus relaciones presentes y pasadas con su mujer, se concluye fácilmente que ha perdido el juicio, esto es, que está loco.

Su declaración del martes pasado, en el homenaje rendido a la Fuerza Naval Nicaragüense, cuando anunció que su gobierno podía reclamar la provincia de Guanacaste, ante la Corte Internacional de La Haya, no es solo “una bravuconada” o la expresión de “una política expansionista”, sino el objetivo y anhelo recóndito de un loco, que no por ello hemos de catalogar como broma o exaltación pasajera.

Diversas declaraciones del sandinismo y de sus altos dirigentes, en estos años, llevan el mismo sello y contenido. Una de las últimas fue la pretensión sobre los derechos de navegación en el río Colorado, en Limón, que repitió en el 2012. Ha hecho bien, por ello, nuestra presidenta en reaccionar con seriedad y aplomo y en tocar las puertas de diversos gobiernos e instituciones internacionales, con el respaldo total de los partidos de oposición de Costa Rica. 155 años de vigencia del tratado de límites con Nicaragua no nos van a salvar de las andanas de un loco en manos de una mujer que si bien no ha perdido el juicio, carece de moral y de las condiciones elementales para gobernar.

Si repasamos el historial de las relaciones entre Costa Rica y Nicaragua, esta es una hora especialmente grave. Del Gobierno de Nicaragua podemos esperar cualquier cosa, más cuando la racionalidad, la moralidad y la legalidad han perdido todo sentido y ya no hay límites en sus decisiones. Si la historia es maestra de la vida, hemos de actuar entonces en consecuencia.