Editorial: Ruptura del pacto con Irán

Si los cálculos de la administración Trump están equivocados y el régimen iraní no se derrumba, las consecuencias están anunciadas. Estados Unidos podría verse obligado a entrar en una guerra más en Oriente Próximo.

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El abandono del pacto nuclear con Irán, anunciado el martes por el presidente Donald Trump, crea un abismo entre Washington y sus aliados europeos. Al mismo tiempo, plantea oportunidades inéditas para Rusia y China, dos potencias competidoras, siempre interesadas en ampliar su alcance global.

Para Europa, la decisión es un desaire, luego de los esfuerzos en contrario desplegados por el presidente francés, Emmanuel Macron; la canciller alemana, Ángela Merkel; y la primera ministra británica, Teresa May. Los tres fueron tratados como socios menores, pero el daño a las relaciones trasatlánticas podría ser todavía mayor.

Las tres capitales europeas anunciaron su intención de mantenerse fieles al acuerdo, del cual son firmantes. Las tres coinciden con el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, la Agencia de Energía Atómica y la propia inteligencia estadounidense sobre el cumplimiento de Irán. Si pretenden preservar el acuerdo tras el retiro de Estados Unidos, deberán ofrecer a Teherán oportunidades de comercio e inversión porque esa fue la motivación para aceptar el convenio cuando lo negociaron los diplomáticos de la administración Obama.

Estados Unidos se retira precisamente para restablecer las sanciones económicas, confiado en extraer concesiones en otras áreas, como el papel desestabilizador de Irán en Oriente Próximo. Las sanciones incluyen la imposición de castigos a empresas de cualquier nacionalidad que comercien con Teherán. Si Washington no hace una salvedad para las compañías europeas, aplicará, en la práctica, sanciones a sus aliados, quienes deberán decidir si lo permiten de brazo cruzado.

Si los europeos aceptan la imposición de restricciones a sus empresas, el pacto no durará. Irán renunció a buena parte de su desarrollo nuclear a cambio de un levantamiento de las sanciones impuestas para estrangular su economía. En ausencia de ventajas económicas, el gobierno se verá en aprietos para explicar concesiones criticadas desde el inicio por el ala dura del régimen teocrático. Además, el Reino Unido, Francia y Alemania sufrirán menoscabo en la determinación de su política exterior y su fidelidad a los tratados quedará tan comprometida como la de Estados Unidos. Si Trump eximiera a los europeos, caería en una contradicción discriminatoria y debilitaría el efecto de las sanciones. El dilema no parece tener una buena solución.

China y Rusia, también involucradas en el acuerdo, tendrán la oportunidad de ampliar su presencia en Oriente Próximo, sobre todo en el caso de Moscú, muy cercano a Irán desde hace tiempo. China podría suplir una parte importante de las necesidades económicas iraníes y contemplará, satisfecha, la lección para Corea del Norte, cuyo liderazgo se ha venido aproximando a Seúl y Washington en posible detrimento de la estrecha relación con Pekín.

Para Kim Jong-un, la fácil ruptura del pacto con Irán plantea una interrogante sobre la solidez del acuerdo de desnuclearización de la península coreana planteado por Washington. La duda es particularmente sensible porque el dictador vincula la seguridad de su régimen con la capacidad disuasiva de sus fuerzas militares, sobre todo el arsenal nuclear. Si Kim modera sus planes nucleares, será porque los sustituyó una enorme certeza de su supervivencia.

La administración estadounidense lleva razón en sus alegatos sobre el papel desestabilizador de Irán. También tiene mérito la preocupación por el continuo desarrollo de misiles balísticos y la cooperación de Teherán con organizaciones terroristas. Pero el acuerdo nuclear negociado por la administración Obama nunca tuvo la intención de enfrentar esos problemas, sino de frenar el desarrollo de armas nucleares. El convenio partió de que Irán sería mucho más peligroso para la estabilidad de la zona y el desarrollo del terrorismo si contara con armas nucleares. Si los cálculos de la administración Trump están equivocados y el régimen iraní no se derrumba, las consecuencias están anunciadas. Estados Unidos podría verse obligado a entrar en una guerra más en Oriente Próximo.