Editorial: Nuevo e inoportuno escándalo catarí

Catar cierra el torneo mundial del fútbol con su protagonismo en el escándalo de gratificaciones anómalas más sonado del Parlamento Europeo

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El 23 de noviembre, en los albores del Campeonato Mundial de Fútbol, nuestro editorial adelantaba el marcador global: Catar 0, FIFA 0. No era un pronóstico, sino un diagnóstico del tortuoso camino seguido para atraer la mirada del planeta al pequeño emirato. Limitaciones a la libertad de expresión, con complicidad de la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA), fueron las primeras manifestaciones en el terreno de conductas cuestionadas desde la adjudicación de la sede a Catar.

Los capitanes de Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, los Países Bajos y Suiza fueron amenazados con tarjetas amarillas y expulsión si insistían en utilizar los brazaletes contra la discriminación y a favor de la inclusión. El historial del país anfitrión en materia de derechos humanos no sería motivo de protesta en la cancha.

El trato hacia las mujeres y las minorías, la falta de libertades políticas y hasta las condiciones de trabajo de cientos de miles de trabajadores migrantes reclutados para construir siete estadios y remodelar otro y construir carreteras, líneas férreas y docenas de hoteles no figuraron en la agenda de la FIFA, salvo para acallar las protestas.

La FIFA perdió desde el comienzo, en el 2010, cuando investigadores internacionales y la propia organización acusaron a directivos de haber aceptado gratificaciones para respaldar la candidatura del emirato y adjudicarle, contra todo pronóstico, la sede del extraordinario acontecimiento deportivo.

Catar cierra el torneo mundial con su protagonismo en el escándalo más sonado del Parlamento Europeo. Varios allanamientos en Bruselas y el arresto de cuatro personas, incluida la eurodiputada socialdemócrata griega Eva Kaili, vicepresidenta del organismo, conmovieron al Viejo Continente, de por sí sumido en la crisis económica y la guerra, además del surgimiento del populismo y los impulsos separatistas.

Según la denuncia, miembros del Parlamento recibieron millonarios sobornos de un “Estado del Golfo” interesado en influir sobre sus votos y políticas. “Que nadie se confunda: el Parlamento Europeo está bajo ataque. La democracia europea está bajo ataque. Nuestras sociedades democráticas, libres y abiertas, están bajo ataque”, dijo la presidenta del organismo, Roberta Metsola. Sin identificar al país involucrado, agregó: “Actores malignos, vinculados a terceros países autocráticos supuestamente transforman a ONG, sindicatos, individuos, asistentes y eurodiputados en un arma”.

Las autoridades no han nombrado a Catar como el origen del escándalo, pero medios de prensa internacional, como el prestigioso Financial Times, lograron confirmación de fuentes cercanas a la investigación. The New York Times también informa del escándalo “vinculado con Catar”. El gobierno del emirato niega participación en el caso. “Toda acusación de mala conducta por parte del Estado de Catar es una desinformación grave”, afirmó un vocero oficial.

El escándalo no tiene relación con la Copa del Mundo, pero estalla en el momento culminante del torneo y encima de las investigaciones que pusieron en entredicho a la FIFA precisamente por tráfico de gratificaciones. La diputada Kaili fungía como representante de la presidenta del Parlamento en el Medio Oriente, y en esa condición visitó Catar en noviembre. Contra toda expectativa, elogió las reformas del emirato en materia de derecho laboral, uno de los aspectos más criticados de Catar en todo el mundo. El 21 de noviembre, en el Parlamento Europeo, Kaili puso a la organización del campeonato como testimonio de la “transformación histórica de un país cuyas reformas inspiran al mundo árabe”.

El sonrojo, antaño sufrido por la FIFA, hace mella en este momento en el Parlamento Europeo y constituye una advertencia para otras instituciones sobre el manejo de la riqueza para ganar voluntades, conseguir elogios y adjudicarse la organización de eventos de talla mundial. Las consecuencias para la democracia ajena no son obstáculo para una autocracia.