Editorial: Nuestro déficit ecológico

La medición de la huella ecológica nacional pone en evidencia un gran déficit entre el uso de los recursos naturales y su capacidad de regeneración.

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El ingeniero mecánico suizo Mathis Wackernagel, desarrollador junto con el académico canadiense William Rees del método más utilizado para determinar la huella ecológica, visitará el país para disertar sobre el tema en el Congreso sobre Sostenibilidad, Ecología y Evolución, por celebrarse entre el 26 y el 29 de setiembre. Su intervención no será complaciente porque los parámetros objetivos aplicados a nuestra realidad arrojan resultados preocupantes.

Wackernagel reconoce la vocación ambientalista de Costa Rica, pero la medición de la huella ecológica nacional ejecutada por su organización Global Footprint Network pone en evidencia un gran déficit entre el uso de los recursos naturales y su capacidad de regeneración. En síntesis, Costa Rica utiliza los bienes de la naturaleza 1,7 veces más rápido que la velocidad de regeneración.

La contabilidad de Wackernagel y Rees, cuando resulta en un déficit, delata un desarrollo insostenible y la necesidad de dar golpes de timón aptos para recobrar el equilibrio. El problema, desde luego, no es solo costarricense. Nuestro país tiene el mismo déficit del planeta como un todo. También la Tierra está siendo explotada 1,7 veces más rápido que su capacidad de regeneración. El límite o punto de equilibrio fue sobrepasado en 1979. Pero la humanidad solo tiene un planeta, no 2 o 1,7, por lo menos mientras no se cumplan los pronósticos de colonización espacial.

Los golpes de timón se hacen necesarios precisamente en áreas donde nuestro país muestra rezago. Costa Rica no ha logrado resolver el problema del crecimiento desordenado y las grandes manchas urbanas cubren suelos y acuíferos a velocidades preocupantes. El futuro no es halagüeño a juzgar por los estudios del proyecto Estado de la Nación sobre ciudades intermedias.

Según los análisis, ciudades en pleno desarrollo, como Guápiles y San Isidro, para mencionar dos casos, están cometiendo los mismos errores de la Gran Área Metropolitana. La planificación brilla por su ausencia y lejos de la deseable concentración de sus pobladores, se extienden sin límite. Las municipalidades, en la mayor parte del país, carecen de planes reguladores y sus políticas parecen diseñadas para expulsar habitantes, como ocurre en San José, donde la contaminación sónica y del aire se hace ante la pasividad y, en algunas ocasiones, con el aplauso del gobierno local.

El aprovechamiento racional del recurso hídrico es otra de las grandes deudas nacionales. La mala calidad o ausencia de infraestructura conspira con la construcción mal planificada para crear efectos cada vez más visibles. La contaminación de ríos y acuíferos, el desperdicio de agua potable y la incapacidad de transportarla desde sus fuentes hasta los sitios donde es necesaria anuncian una crisis de graves consecuencias.

La energía, otra área crítica para la recuperación del equilibrio, también deja mucho que desear. El país produce la mayor parte de su electricidad con fuentes renovables, pero se transporta con una flotilla de vehículos terriblemente contaminante, por su antigüedad y la absoluta dependencia del combustible fósil. El transporte público está lejos de ofrecer una opción capaz de disminuir el número de vehículos en las calles y la mala infraestructura crea embotellamientos sobre los cuales flota una nube de contaminación.

Visitas como la de Wackernagel ofrecen una oportunidad para hablar con franqueza y hacer un ejercicio de introspección. En el 2011, cuando el exvicepresidente de los Estados Unidos y promotor de buenas prácticas ecológicas Al Gore visitó el país, apenas insinuó una crítica a nuestras políticas energéticas. Fue una referencia a la falta de estímulo a la importación de automóviles impulsados por energía limpia. Los elogios se agradecen, pero es hora de hablar con franqueza y con instrumentos objetivos de medición a mano, como la huella ecológica de Wackernagel y Rees.