Editorial: Líderes por la naturaleza

Los firmantes de un acuerdo en la ONU se proponen salir de la pandemia colocando la vida silvestre y el clima entre las prioridades de sus planes de recuperación económica.

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Costa Rica llega a la Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad acompañada de otros 63 países, incluidos los más influyentes de Europa, que firmaron una carta donde se comprometen a frenar la contaminación de agua, aire y tierra mediante el desarrollo económico sostenible.

Hace bien nuestro país al sumar sus esfuerzos a los de Francia, Alemania, Canadá, Nueva Zelanda, Noruega y el Reino Unido. Solo entre esos participantes salta a la vista la diversidad ideológica y cultural. Hay populistas, conservadores y liberales. La variedad es mayor si se considera a las otras 58 naciones, con diferencias también en niveles de desarrollo y poder económico. Esa es razón de más para celebrar la coincidencia en torno a la gravedad de los problemas ambientales.

Los firmantes se proponen salir de la pandemia colocando la vida silvestre y el clima entre las prioridades de sus planes de recuperación económica. El Compromiso de los Líderes por la Naturaleza declara sin ambigüedades que la humanidad enfrenta una emergencia climática agravada por la destrucción de ecosistemas indispensables para sustentar la vida.

Desafortunadamente, los países más contaminantes (Estados Unidos, China, la India, Rusia y Brasil) rechazaron la lista de compromisos a solo dos días de iniciarse la cumbre. Entre ellos también hay diversidad, pero en su caso constituye una fuente de sospechas y confrontaciones capaces de obstaculizar acuerdos inspirados en el bien de la humanidad, incluidas sus poblaciones.

No obstante las diferencias, las cinco naciones ajenas a la iniciativa suscrita por Costa Rica tienen líderes nacionalistas y de tendencia autoritaria, con grandes matices propios de la institucionalidad de cada cual. La ausencia de Estados Unidos es la más lamentable visto el liderazgo científico, político y económico de esa nación en el pasado reciente.

Durante demasiados años el mundo estuvo paralizado por discusiones entre norte y sur, entre países desarrollados y otros en vías de desarrollo, cuyos líderes reclamaban los mismos márgenes para crecer a costa del planeta que en su momento disfrutaron las naciones industrializadas. El Acuerdo de París del 2015 constituyó un paso extraordinario para superar aquel debate y los esfuerzos de último momento del presidente Barack Obama y sus diplomáticos acercaron a China al convenio. Similares gestiones hizo la delegación estadounidense ante Brasil, la India y, en ese momento, Sudáfrica. Aquellos movimientos fueron claves para declarar el éxito de las conversaciones en la capital francesa.

Las esperanzas de entonces se han venido deteriorando bajo presión de las rivalidades entre potencias y las ambiciones de actores como Brasil y la India, con nuevos bríos alimentados por el ambiente de confrontación entre las potencias y el vacío creado por la nueva dirección de Estados Unidos.

Esos son buenos motivos para preservar los ideales, propósitos y compromisos de París. A falta de los principales contaminadores, otros deben dar el ejemplo y, si bien ellos son indispensables para frenar el calentamiento global, no está de más que los líderes por la naturaleza se lo recuerden y conserven un lugar para ellos en la mesa.

Los desastres naturales, cada vez más frecuentes y devastadores, ejercen presión sobre gobiernos y líderes en Estados Unidos como en China, y otras naciones reacias a sumir obligaciones. La opinión pública estadounidense viene cambiando a paso acelerado y hoy es mayoritariamente favorable a actuar contra los desequilibrios ambientales. En China, los erráticos comportamientos del clima obligan a los gobernantes a replantear políticas y reconsiderar la vía del desarrollo. Los 64 firmantes del reciente acuerdo pueden estar seguros de que no permanecerán solos en la vanguardia.