Editorial: La creciente crisis de Putin

Graves errores de cálculo han tornado la brutal invasión a Ucrania en una pesadilla para el déspota

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Al decidir su invasión contra Ucrania, que aún llama con el eufemismo de “operación militar especial”, el autócrata Vladímir Putin incurrió en, cuando menos, cinco graves errores de cálculo.

El primero fue suponer que militarmente se trataría de una campaña rápida, porque el gobierno de Kiev colapsaría con relativa facilidad y a él le sería posible instalar un régimen vasallo, que lo “invitara” a mantener una presencia armada y, así, facilitar el proceso de neutralización y asimilación de Ucrania a Rusia, como paso para impulsar otros objetivos en Eurasia.

El segundo, muy relacionado con este, lo llevó a pensar que los ucranianos ofrecerían muy débil e ineficaz resistencia, que su capacidad de frenar el avance invasor sería mínima y que sus fuerzas armadas iban a colapsar rápidamente.

Al fracasar ambos supuestos, frente al heroísmo de ese pueblo, con apoyo exterior, el recurso ha sido una campaña de tierra arrasada, con ensañamiento contra la población civil y un pavoroso saldo de muertes, destrucción, desplazados y refugiados. Además, han quedado de manifiesto las enormes falencias del aparato militar ruso, atrapado por problemas logísticos, tácticos y de moral entre sus tropas: un monstruo con pies de barro.

Confiar en que por medio de su enorme aparato de propaganda podría controlar el relato y las percepciones sobre la verdadera naturaleza de la invasión se convirtió en el tercer gran error de cálculo. Al contrario, desde la enorme mentira inicial (que no invadiría), la credibilidad de esa maquinaria fue reducida a su mínima expresión.

Los patriotas ucranianos, a partir de las tecnologías de las redes, la descentralización, el compromiso individual y los horrendos crímenes de Putin, le arrebataron el dominio de la comunicación internacional.

Con feroces controles, represión y centralización, todavía el régimen de Moscú mantiene un gran dominio sobre los flujos de comunicación hacia su propio pueblo, pero la realidad es demasiado cruda como para mantenerla oculta por mucho tiempo, y las fracturas en las barreras que ha establecido se ampliarán progresivamente.

Sus otros dos grandes supuestos fallidos fueron creer que, ante el conflicto, la Unión Europea, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y sus aliados democráticos en otras latitudes serían incapaces de construir y mantener su unidad contra la agresión, y que su reacción, en apoyo a la defensa de Ucrania y las sanciones a Rusia, sería manejable para su régimen.

Aquí también la realidad ha sido otra. Putin, lejos de dividir, ha cohesionado aún más a las grandes —y pequeñas— democracias y ha dado un nuevo sentido de misión a la OTAN, porque, además de su brutal violación a la integridad territorial de una gran nación europea, ha planteado una serie de exigencias que demuestran sus ambiciones hegemónicas y resultan, simple y llanamente, inaceptables.

Por otra parte, la gran alianza democrática ha logrado articular un conjunto de sanciones económicas demoledoras, a un nivel nunca visto en la historia y que, casi de inmediato, han comenzado a infligir efectos de gran impacto sobre su economía.

El congelamiento de reservas monetarias de su banco central en el exterior, el bloqueo contra varios bancos rusos en el sistema de transacciones internacionales Swift, el cierre de las exportaciones de alta tecnología, no importa de donde provengan, si contienen componentes estadounidenses, japoneses o europeos, así como el freno por parte de las empresas Boeing y Airbus de su asistencia técnica y mantenimiento a los centenares de aviones de su marca operados por Aeroflot y otras compañías aéreas del país, el corte de las importaciones de petróleo y gas natural ruso por Estados Unidos y el Reino Unido y el cese masivo de inversiones y operaciones de compañías occidentales, desde grandes petroleras hasta cadenas de comida rápida, son parte del enorme y eficaz arsenal desplegado.

Por desgracia, es muy probable que nada detendrá la arremetida militar despiadada contra Ucrania y que, finalmente, sus defensas caerán, a un costo pavoroso.

Vendrá entonces un conflicto de baja intensidad de largo aliento. Pero si bien las sanciones no frenarán la agresión actual, sí obligarán a Putin a replantear sus prioridades militares inmediatas, le quitarán músculo para ir más allá en sus pretensiones de dominio y le harán mucho más difícil sostener la ocupación ucraniana.

Ciertamente, medidas económicas tan drásticas, sumadas a los efectos de la guerra, ya están generando dificultades en todos los países y probablemente aumentarán durante cierto lapso. También afectan de manera directa a la población rusa. Sin embargo, son un precio relativamente bajo para enfrentar a un déspota que, con esta invasión, ha demostrado un grado inimaginable de perversión y que, si no se le despoja de su capacidad económica y financiera, no se detendrá en Ucrania.

La ejemplar resistencia del pueblo ucraniano, la falta de eficacia del mastodonte bélico ruso, la pérdida de control sobre el relato del conflicto, la unidad democrática frente a la agresión y la contundencia de las sanciones económicas han puesto a Putin ante la mayor crisis desde que llegó al poder hace 22 años.

No se puede descartar que, en su desesperación, acuda a decisiones aún más nefastas que las ya tomadas, incluso el uso de armas nucleares tácticas o la apertura de nuevos frentes militares.

La mejor forma de impedirlo, al menor costo, es potenciar todos sus graves errores de cálculo y no solo mantener, sino incrementar, el cerco económico. No será fácil, pero sí lo más eficaz y menos traumático posible.