Y ¿el arca?

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Aunque, probablemente, millones de personas la dan por cierta, la historia de Noé es tan inverosímil que exige una credulidad solo superada por la fe que ella misma le atribuye al constructor del arca, no por su convicción de que recibía instrucciones directas de Dios, sino por la esperanza que debió de tener de que sus contemporáneos lo tomaran en serio. Qué tipo de régimen de opinión pública pudo permitir un fenómeno como ese, es una cuestión que sobrepasa cualquier posibilidad de entendimiento: cierto día, en una comarca del hemisferio norte, un hombre anuncia, sin pruebas ¡y sin que lo encierren!, que en determinado plazo sobrevendrá un acontecimiento climático que significará, si no se toman algunas medidas, la desaparición de todas las especies animales terrestres (por las acuáticas no se preocupó, aunque, con tanta agua adicional salida de no se sabe dónde, tenía que producirse una disminución en la salinidad de los mares capaz de provocar la extinción inmediata de no pocas especies marinas). No debe extrañarnos que, según se desprende del relato, solo su familia le haya creído al patriarca y que rara vez nos preguntemos cómo pudo Noé resolver los complicados problemas logísticos del descomunal pero exitoso proyecto de rescate.

Tampoco sabemos cómo fue el debate en torno a aquella propuesta de salvamento ecológico, pero es de suponer que, aun cuando entonces hubiesen existido la televisión y las compañías petroleras, habría sido tan apagado como el que tiene lugar en nuestros días en torno a la próxima llegada del momento –de pronóstico muy catastrófico– en que, por primera vez desde que existe la especie humana, durante una parte del año desaparezca totalmente el casquete helado de la región ártica. Alguna predicción científica –la declaración, digamos, de un Noé contemporáneo– sostiene que ese punto de no retorno llegará tan pronto como en el verano del 2016. Y las consecuencias, según esa misma predicción, harán que el viaje de Noé parezca un paseo dominical. Entre otras cosas, señalan los observadores que, en vastas regiones del mar de Siberia, el calentamiento del lecho marino ya genera un burbujeo de metano que a simple vista recuerda la superficie de un frasco de bebida gaseosa.

El punto no está en darles crédito de fe a esas predicciones. El que provengan de científicos y centros de investigación de gran prestigio no asegura nada, pues la fuente básica de información de la que se alimentan no es tan autorizada como la que inspiró a Noé. Pero, con todo, ¿dónde estará el arca, si al final estos “Noeses” de laboratorio y computadora tienen la razón?