Un solo barco

Estados Unidos no debe renunciar a la autoridad moral requerida para encabezar los esfuerzos mundiales contra el cambio climático

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China instala tantos paneles solares y turbinas generadoras de energía eólica como todo el resto del planeta, pero Estados Unidos teme la rápida expansión de sus plantas térmicas operadas con carbón, el más contaminante entre los combustibles fósiles y uno de los grandes contribuyentes al cambio climático. También en ese rubro, China lleva la delantera.

Los estadounidenses y toda la comunidad internacional tenemos razones para preocuparnos por las emisiones de gases de efecto invernadero del gigante asiático. En la actualidad, China es responsable de la tercera parte de las emisiones mundiales, más que las Américas, Europa y África en conjunto, según una publicación reciente de The New York Times.

No obstante, según el mismo periódico, Estados Unidos no se está esforzando por dar el mejor ejemplo. En el 2030, alcanzará niveles históricos de perforación en busca de gas y petróleo. Rusia y Arabia Saudita harán lo mismo. Entre los tres, dice un informe de las Naciones Unidas, producirán en esta década el doble de los combustibles fósiles permisibles si la humanidad pretende impedir el desencadenamiento de consecuencias catastróficas del calentamiento global.

La conducta de Rusia y Arabia Saudita, dos naciones autoritarias y dependientes de las exportaciones de combustibles fósiles, no sorprende, pese a la transformación de amplias extensiones de tierra en pantanos por el derretimiento del permafrost en el ártico o el aceleramiento de la desertificación.

Pero Estados Unidos, la mayor fuente de gases de efecto invernadero acumulados desde la Revolución Industrial, no debe renunciar, con su conducta en el presente, a la autoridad moral requerida para encabezar los esfuerzos mundiales contra el cambio climático. La bien intencionada retórica, y las preocupaciones expresadas por la conducta de China y otras naciones contaminantes, deberían corresponderse con prácticas ejemplares.

El mismo razonamiento vale para países pequeños, como el nuestro. No somos responsables del efecto invernadero creado a lo largo de los años por el mundo industrializado, y nuestras actuales emisiones son una fracción insignificante de las chinas, pero estamos entre los más afectados y debemos conservar la autoridad moral para decirlo en lugar de sumarnos a la irresponsable fiesta de los combustibles fósiles, cuya celebración solo es posible si no imaginamos la triste herencia de futuras generaciones. Estamos en el mismo barco, y grandes, pequeños, responsables históricos y nuevos contaminantes debemos colaborar, sin hipocresía, para mantenerlo a flote.

agonzalez@nacion.com

Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.