Tres Navidades

El nacimiento de Jesús bien puede celebrarse el 25 de diciembre, el 6 de enero o el 17 de junio por el histórico cambio de calendarios.

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En el año 45 a. C., Julio César puso en vigor un calendario solar cuyo inicio es la fundación de Roma y fue utilizado en muchos países y territorios. Cuenta con 365,25 días y, por ello, cada cuatro años acumula un día extra (año bisiesto). Por mucho tiempo, el calendario juliano, como se le conoce, funcionó razonablemente bien, hasta que los estudiosos de los fenómenos celestes se dieron cuenta de que una vuelta completa de la Tierra alrededor del Sol toma un poco menos de 365,25 días (concretamente, la cifra de días es 365,2421… ) y con el paso del tiempo esa pequeñísima diferencia podía acumular un importante desfase.

En el Concilio de Nicea (en lo que hoy es Turquía), celebrado en el año 325 de nuestra era, se acordó que el momento astral de la celebración de la Pascua —para los cristianos la conmemoración de la resurrección de Jesucristo entre los muertos— sería el domingo siguiente a la primera luna llena después del equinoccio de primavera del hemisferio norte. La precisión de esta fecha era importante no solo para la Iglesia, que a partir de ella establecería la de sus fiestas móviles, sino para la agricultura, en el tanto mostraba el inicio de las estaciones, y en muchos menesteres civiles. Pero el calendario juliano aparejaba un desfase de unos siete días cada mil años.

En el siglo XVI, el papa Gregorio XIII conformó un comité técnico presidido por el jesuita alemán Christophorus Clavius, quien además era matemático y astrónomo, para que le sugiriera cómo corregir las deficiencias del calendario en uso. El comité verificó el desvío antes comentado y planteó su recomendación: en vista de que, desde el Concilio de Nicea a la fecha, el calendario juliano había acumulado diez días de desfase, lo que procedía era adoptar uno nuevo, que de un plumazo borrara ese número de días, respetara la práctica juliana de los años bisiestos pero —como estos no compensan plenamente los desvíos de traslación— quitara un día cada año múltiplo de 100 y agregara uno cada 400 años. (¡A pesar de lo ingenioso de la propuesta, no solucionaba plenamente el problema, pues hacía necesario ajustar un día cada 3.000 años, aproximadamente!)

Borrado. Mediante la bula Inter Gravissimas (nombre tomado de sus primeras dos palabras) Gregorio XIII ordenó la adopción de un nuevo calendario, solar como el juliano, pero con inicio en el nacimiento de Jesucristo y con las características definidas por el comité Clavius, que en su honor se denomina gregoriano.

Los diez días borrados fueron del 5 al 14 de octubre de 1582, de modo que del jueves 4 se pasó al viernes 15 de octubre. España, Portugal e Italia, países católicos, adoptaron de inmediato el nuevo calendario, pero otros (quizá rebeldes ante la autoridad del Papa) se demoraron en hacerlo y el precio que debieron pagar fue que en vez de 10 días eran más los que tenían que borrar del mapa, digo: del calendario. Rusia, por ejemplo, lo adoptó en 1918 y una consecuencia de ello es que su Revolución de Octubre (1917) se celebra ahora en noviembre.

En algunos lados (e.g., Serbia, Georgia, Armenia) la Iglesia ortodoxa todavía opera con el calendario juliano, por lo cual está, astralmente, desfasada 13 días y la Navidad se celebra la fecha que para nosotros, gregorianos, es el 6 de enero.

Debemos reconocer que al tema de la Navidad le acompañan algunas interrogantes porque el mejor relato del nacimiento de Jesús es el Evangelio según san Mateo (capítulos 1 y 2) que, como es el caso en materia bíblica, solo contiene lo esencial y deja al lector ayuno de detalles. Explica que el nacimiento de Jesús tuvo lugar en Belén de Judea, que una estrella en el oriente guió a unos magos que fueron a adorar al rey que había nacido, mas no dice de cuántos se trataba (aunque muchos infieren, por los dones ofrecidos al Niño —oro, incienso y mirra— que se trató de tres y hasta se han atrevido a darles los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar). No dice la escritura que fueran reyes, ni cuáles sus razas.

Tampoco indica el Evangelio que nos ocupa la fecha cuando tuvo lugar el magno evento. Dicen los estudiosos que el 25 de diciembre, fecha que siglos ha en el calendario juliano correspondía con el solsticio de invierno, cuando la noche más larga del año comienza a ceder lugar a la luz del Sol, lo cual representa un renacer. El hecho se celebraba alegremente con un festival llamado Dies Natalis Solis Invicti. Como para los cristianos Jesús es la verdadera luz del universo, celebrar su nacimiento el 25 de diciembre es lo procedente.

Cuestionamiento. Sin embargo, hasta esta fecha es cuestionada. Hace muchos años tuve la oportunidad de ver en el observatorio Griffith, en Los Ángeles, California, la presentación resumida de un ejercicio teórico que consistió en poner a los astros a moverse a la misma velocidad, pero en dirección contraria a como lo hacen normalmente. Los detuvieron (después de hacer unos ajustes de fechas que sería largo de explicar aquí) alrededor del año en que más probablemente Jesús nació y, desde la perspectiva de Belén, cuidadosamente analizaron el firmamento para ver qué encontraban.

Lo primero que notaron fue que entonces ningún cometa, como esos que algunas familias colocan hoy en los portales navideños, estuvo de visita por el cielo de Judea, cosa que todo el mundo habría visto con pavor, como es usual. Según el Evangelio de Mateo, ni el rey Herodes ni nadie en el pueblo vio nada extraño.

El fenómeno celeste que tuvo lugar en esa fecha debió haber sido muy sutil, que solo ojos entrenados (como los de astrólogos o magos de Oriente) podían notar. Los científicos de Griffith concluyeron que fue una conjunción de Venus y Júpiter, que los hizo parecer como una inusual y grande estrella, lo cual ocurrió, afirman, alrededor de las 9 de la noche (hora de Babilonia) el 17 de junio del año 2 a. C., no un 25 de diciembre.

Y esto pareciera dar fuerza a lo relatado por san Lucas (cap. 2) respecto a los pastores que vigilaban durante la noche a sus rebaños y que fueron humildes testigos del nacimiento de “un salvador, que es el Cristo Señor”. En efecto, las noches de diciembre son frías en Belén y pocos deciden salir, pero cerca de junio es común que los pastores de día y de noche estén en el campo ayudando a las ovejas en las labores de parto.

Como en realidad no es menester contar con una explicación científica de la fecha del nacimiento de Jesús para celebrar un hecho tan principal, podemos hacerlo, según hemos visto, el 25 de diciembre, el 6 de enero o el 17 de junio. Quizá mejor: debemos celebrarlo durante los 365,2421… días del año.

El autor es economista.