Torpeza

Este artículo es exclusivo para suscriptores (3)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Ingrese a su cuenta para continuar disfrutando de nuestro contenido


Este artículo es exclusivo para suscriptores (2)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Este artículo es exclusivo para suscriptores (1)

Suscríbase para disfrutar de forma ilimitada de contenido exclusivo y confiable.

Subscribe

Cierta vez, un caballero me preguntó por teléfono, en mi calidad de director de una editorial académica, si yo conocía persona o empresa que pudiera tener interés en comprar la historia de su vida. No recuerdo qué expresión involuntaria de mi parte lo hizo explicarse: “Es que mi vida ha sido tan interesante, que serviría para que un buen escritor haga un libro”.

Le agradecí a la suerte que, por no ser escritor bueno ni malo, me eximiera de ser blanco del conspicuo intento mercantil, y procedí a señalarle al interesado que los autores por mí conocidos eran todos muy inteligentes e imaginativos, y capaces de crear sus propios personajes; agregué que, hasta donde sabía, ninguno de ellos disfrutaba de tanta amplitud económica como para poder pagar lo que realmente vale el relato a viva voz de una vida interesante, y le sugerí tomar en cuenta que, de acuerdo con las leyes del mercado, si tan solo el uno por ciento de los seres humanos que han tenido vidas interesantes decidieran sacarlas a subasta, esa eminente materia prima se abarataría de manera ruinosa.

Concluí asegurándole que, incluso cuando un fulano acaudalado desea escribir una biografía, piensa siempre en contar su propia vida, no una vida ajena, y encarga la tarea a un escritor de alquiler, lo que en la jerga editorial conocemos como “reclutamiento temporal de un negro literario”.

Después de colgar, comencé a preguntarme si mi respuesta no habría sido muy brusca, pero me sentí absuelto de todo cargo cuando pensé en que, si Marco Aurelio –emperador romano cuya prolongada y azarosa vida dio para que se escribieran docenas de libros alrededor de ella– ni siquiera pretendió legarnos su profundo y poco voluminoso tomo de Meditaciones, hice bien en clausurarle la tienda, antes de la inauguración, a uno más de los actuales siete mil millones y resto de habitantes del planeta. “Viéndolo bien”, me dije, “si todo el que se siente importante escribe (o se hace escribir) una autobiografía, la riqueza forestal de la tierra será dilapidada muy pronto”. Sin embargo, con el paso del tiempo mi opinión se fue moderando con el recuerdo de una cita atribuida a uno de mis más admirados escritores: “Si tu vida no fuera inaudita no valdría la pena hablar de ella”; es decir, que toda vida humana es especial en alguna medida. Lo cual hace que me preocupe la posibilidad de que, al haber atendido mal aquella curiosa consulta telefónica, haya cometido la torpeza de desaprovechar la única oportunidad que tendré de ser un escritor.