Todos somos cultura

La definición más amplia y abarcadora de cultura es la antropológica, la cual plantea que ‘cultura es todo el saber humano’

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Opiniones y comentarios relacionados con la cultura en general y del quehacer cultural en particular afloran cada cuatro años cuando se acercan los cambios de gobierno. Me incorporo a lo anterior como una voz más.

La definición más amplia y abarcadora de cultura es la antropológica, la cual plantea que “cultura es todo el saber humano”. Ello implica que nadie, nadie, aunque “quiera”, puede vivir fuera de la cultura. La Unesco, en la Declaración de Estocolmo de 1998, plantea que “la cultura es el fin y el objetivo del desarrollo entendido en el sentido de realización de la existencia humana en todas sus formas y en toda su plenitud”.

Ampliando, ejemplifica que cultura es “lo que el hombre le agrega a la naturaleza: todo lo que es producto del ser humano”. Jack Lang, exministro de Cultura francés, al recapacitar sobre el sentido de la palabra, planteó que “la cultura es todo: la cocina, el modo de vivir, de hacer el amor, y las artes dentro de todo eso”.

García Márquez (El milagro de la creación) nos recuerda que: “Siendo nosotros parte de la definición antropológica pero cubriendo otro aspecto de lo anterior, se trata del impulso creador propio de los artistas”.

Por la amplitud del tema de la cultura como “todo el quehacer humano” ha sido imperativo y operativo, para efectos de su comprensión y de su estudio, establecer divisiones, tales como cultura oficial, culturas tradicionales, cultura de masas, cultura popular, cultura de minorías, cultura audiovisual, cultura culinaria, culturas regionales, etnoculturas; también, el folclor, lo patrimonial, entre muchas otras variables.

Cultura restringida

Planteado lo anterior, nos acercamos a la definición que motiva estas reflexiones: se trata de lo que se conoce como cultura restringida. Ello se refiere al producto de quienes responden a un impulso creador, propio de los artistas, lo cual posibilita las expresiones artísticas, estéticas, éticas y espirituales más elevadas de un pueblo.

Ello aglutina quehaceres culturales, tales como la danza, el teatro, la literatura, las artes plásticas y las artes visuales, la música, el cine y demás. Todo ello va conformando el patrimonio cultural de una sociedad.

Traigo a colación el pensamiento de destacadas personalidades que han expresado su opinión sobre los quehaceres culturales. En palabras de Nehru, “la cultura es el ensanchamiento de la mente y del espíritu”; Matilde Asensi, escritora de novelas históricas, “el arte y la actividad cultural aumentan la armonía, la tolerancia y la comprensión entre las personas”; María Zambrano, destacada intelectual española, “la cultura es el despertar del hombre”; Juan Diego Flórez, destacado tenor peruano, expresó su opinión sobre la importancia del quehacer cultural cuando en su país el gobierno de turno quiso negarle el apoyo. Y, para cerrar con broche de oro, nos dice de nuevo Gabriel García Márquez que “la cultura (como quehacer cultural) es el aprovechamiento social de la inteligencia humana”.

Ampliando, es importante considerar el binomio cultura-imaginación, pues la imaginación, dichosamente, es un claro componente del quehacer cultural; en otras palabras, uno de sus móviles.

Fue Einstein quien planteó la importancia de la imaginación en el mundo de las ciencias. Dijo el científico que “la imaginación es más importante que el conocimiento. El conocimiento es limitado y la imaginación circunda el mundo”. Así, la imaginación es indispensable como parte de los quehaceres culturales y es también, según lo planteado, un componente de los procesos del conocimiento.

Educación y cultura

Cabe señalar, también, la relación entre educación y cultura. Con el título La educación artística: construyendo capacidad creativa para el siglo XXI, se reunieron en Lisboa, convocados por la Unesco, alrededor de mil personas, entre ministros, viceministros y técnicos en educación y cultura (asiáticos, occidentales, orientales, islámicos), para “discutir” sobre la relación cultura-educación.

Se planteó que estudios relacionados con este binomio han demostrado que el desarrollo de la imaginación, componente del quehacer cultural, es factor indispensable para una buena educación.

Se llegó a la conclusión de que cuanto más estrecha sea la relación de los estudiantes con la educación artística, y cuanto más permeado esté el ambiente familiar de una actitud positiva hacia el quehacer artístico, se logra, no solo mejores estudiantes en muchas materias, sino también mejores ciudadanos.

Producir bienes culturales tiene, como bien sabemos, un costo económico; ello lo lleva a la necesidad del apoyo estatal. Se debe reconocer que los quehaceres culturales están sometidos a los avatares de las políticas nacionales porque dependen, presupuestariamente, de los gobiernos de turno.

No se trata, aclaro, de que quienes trabajan en este campo desconozcan las coyunturas adversas que puedan darse en determinados momentos; se trata de que les sea garantizado un presupuesto que les otorgue una independencia aceptable.

Necesario apoyo

Los Ministerios de Cultura, como rectores de los quehaceres culturales, son los encargados de cumplir con estos compromisos. Sería idóneo también el apoyo de la sociedad civil y del empresariado, para solo mencionar estas variables.

Un pueblo con un quehacer cultural activo, innovador, constante y riguroso es un pueblo que tiene en alto su autoestima, mejora su nivel de educación y, amparado al desarrollo de la imaginación, amplía su capacidad creativa.

Los productos culturales deben entenderse como bienes meritorios; se trata de un bien que beneficia a otros y que llega a convertirse en patrimonio cultural colectivo. Por ello, es idóneo invertir en actividades y promoción cultural, pues ello significa invertir en un bien social.

El bien intangible que es el desarrollo cultural tiene rentabilidad social en cuanto le da a una sociedad su sentido de pertenencia y su prestigio ante otros grupos sociales.

El trinomio imaginación-educación-cultura que hemos rastreado sería el llamado a dar magníficos resultados a mediano plazo. Se desprende de ese trinomio que el arte es también, como dijimos, una forma de conocimiento. Llevar a cabo su comprensión es un compromiso que se debe asumir.

Se infiere de lo hasta aquí planteado que si se le priva —o se le mutila— a una sociedad de los quehaceres culturales, tales como lo hemos venido planteado, esta iría en un doloroso proceso de deterioro. Y, creo, que no deseamos que eso suceda.

amalia.chaverri@gmail.com

La autora es filóloga.