Tercera estación: xenofobia

En la Costa Rica de hoy se han venido secando la tolerancia racional y la solidaridad, por un lado; y de otro se han humedecido, hasta crecer y fortalecerse, el fanatismo pasional y el irrespeto por el otro

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Siempre brillante, decía don Ricardo Jiménez Oreamuno, que Costa Rica era un país de tres estaciones: la seca, la lluviosa… y la de los problemas con Nicaragua. La actual coyuntura –con su consecuente y secular crisis migratoria– calza perfectamente en esa definición, que tiene tanto de sabiduría histórica como política.

Sin embargo, en el reciente despertar público de la xenofobia –público, porque, en realidad, eso se ha venido cultivando durante años en privado, sobre todo, entre los estratos más bajos e incultos de nuestra sociedad– existe una coincidencia con el clima internacional de intolerancia y de racismo que, entre capas poblacionales parecidas, corre desde los Estados Unidos hasta una gran parte de Europa, en buena medida como desesperada respuesta social a las diferentes crisis internas y ajenas.

En el plano nacional, a su vez, lo ocurrido puede leerse como una continuación de la intolerancia aquí cultivada, adrede, por muchos –y no solo por los “restaurados”, como quieren algunos– en la recién pasada campaña electoral, de tan ingrata memoria.

Desde el momento cuando cuanta tontería y fanatismo como se quisiera podía y puede ser considerado como “argumento” político, era cuestión de tiempo para que algo así, o peor, pasará en Costa Rica... y pasó. O, más bien, lo dejamos pasar, porque la norma liberal decimonónica de prohibir la participación religiosa en política electoral era sabia; pero en lugar de extenderse a los evangélicos, se pasó por alto para que el PLN y el PUSC tuvieran partiditos turecas de un tipo nuevo: el pasional.

Chivo expiatorio. Dichos partidos, alimentados sobre todo por esas mismas capas bajas e iletradas, ya saben lo que pueden hacer, ellos... y sus filas de apasionadas masas, que también lo saben ahora; herederas, como son, solo de la frustración de un Estado que no pudo ni quiso darles bienestar alguno y que ahora lo reclaman como lo que son: lumpen-proletarias huestes acorraladas por la inminente crisis del sistema y, ¡cómo no!, ahora la nefasta dictadura de los Ortega-Murillo les ha dado el chivo expiatorio perfecto.

Como la religión, el nacionalismo y la xenofobia son pasionales. Liberal, lejos de mí, entonces, cualquier manifestación de “corrección política”; es solo que hay situaciones que son sencillamente intolerables en un país que construyó con paciencia y concordia su Estado de derecho –con razón, no con pasión– para dejarlo caer ahora en manos de unas turbas fanatizadas por la ignorancia de ese hecho histórico trascendental.

Pero se entiende: en la Costa Rica de hoy se han venido secando la tolerancia racional y la solidaridad, por un lado; y de otro se han humedecido, hasta crecer y fortalecerse, el fanatismo pasional y el irrespeto por el otro... mientras, la tercera estación sigue y seguirá ahí, alimentando en las épocas secas y en las lluviosas, cualquier mala hierba que crezca en nuestro suelo: ¡Que los manes de don Ricardo nos amparen!

El autor es arquitecto.